Hace años, Gustabo empezó a acudir a un psicólogo tras notar cambios repentinos en su comportamiento debido al estrés que sentía día tras día. Las terapias no le servían de nada y todo iba a peor. Gustabo empezó a despertarse en distintos sitios de...
— Estate quieto, coño — riñó el calavera cuando Pogo se movió por cuarta vez quejándose ante el dolor.
— Como si fueras a estarlo tú si estuvieras en mi lugar, no te jode — gruñó irritado mientras fruncía el ceño.
— O te estás quieto o no te voy a sacar la bala nunca, aquí no hay enfermero ni anestesia — se apartó de él.
— Vale, venga... — respondió tosco mientras rodaba los ojos.
El calavera se acercó nuevamente a él y trató su hombro, por fin consiguiendo sacarle la bala. A continuación, se levantó y trajo consigo un maletín que contenía gasas y alcohol. Volvió a tomar asiento a su lado y aplicó sobre las gasas el alcohol, para seguidamente tratar con la herida, desinfectando esta.
— Así ya estaría.
— Por fin, joder... — habló por lo bajo, pero lo suficientemente alto como para que el otro le escuchara.
— Menuda nena estás hecha — se burló mientras guardaba todo el material y se limpiaba las manos.
— Que yo soy muy delicao', hombre — el contrario soltó una pequeña risa, y entonces se acordó de un pequeño detalle.
— Por cierto, una pregunta. Antes de que nos escapáramos, el superintendente te llamó Pogo. ¿Es un apodo o...? — le miró expectante.
— Ah, sí, sí. Es un apodo que me puso el viejo y que todos usaban en comisaría, directamente. Llamándome payaso, y en fin... Otra razón que se suma al por qué hice lo que hice. — se inventó rápidamente sin pensarlo demasiado, haciéndolo más creíble.
— Ya, entiendo. Bueno levántate, que tenemos que irnos, no estamos seguros aquí.
— ¿Pero sabes a dónde ir?
— Sí. Sabía que algún día algo así iba a pasar, así que preparé un sitio por si acaso — explicó mientras regresaba donde habían dejado la lancha previamente.
— De puta madre, entonces.
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— ¡Gustabo, Gustabo! — el pequeño Horacio corrió entre lágrimas a los brazos de su hermano, buscando consuelo por la reciente pesadilla que había tenido.
— ¿Horacio? — el rubio se despertó cuando escuchó al menor llamarle a gritos — ¿Qué pasa? — aceptó el abrazo y correspondió.
— He t-tenido una pesadilla... Tengo miedo — explicó entre hipidos, aferrándose a él con leves temblores.
— Oye tranquilo... Mírame — este le hizo caso y le observó atentamente — Solo ha sido una pesadilla, ¿vale? No es real, no ha pasado nada y estás bien. Estoy aquí contigo.