Capítulo 20

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— Estate quieto, coño — riñó el calavera cuando Pogo se movió por cuarta vez quejándose ante el dolor.

Como si fueras a estarlo tú si estuvieras en mi lugar, no te jode — gruñó irritado mientras fruncía el ceño.

— O te estás quieto o no te voy a sacar la bala nunca, aquí no hay enfermero ni anestesia — se apartó de él.

Vale, venga... — respondió tosco mientras rodaba los ojos.

El calavera se acercó nuevamente a él y trató su hombro, por fin consiguiendo sacarle la bala. A continuación, se levantó y trajo consigo un maletín que contenía gasas y alcohol. Volvió a tomar asiento a su lado y aplicó sobre las gasas el alcohol, para seguidamente tratar con la herida, desinfectando esta.

— Así ya estaría.

Por fin, joder... — habló por lo bajo, pero lo suficientemente alto como para que el otro le escuchara.

— Menuda nena estás hecha — se burló mientras guardaba todo el material y se limpiaba las manos.

Que yo soy muy delicao', hombre — el contrario soltó una pequeña risa, y entonces se acordó de un pequeño detalle.

— Por cierto, una pregunta. Antes de que nos escapáramos, el superintendente te llamó Pogo. ¿Es un apodo o...? — le miró expectante.

Ah, sí, sí. Es un apodo que me puso el viejo y que todos usaban en comisaría, directamente. Llamándome payaso, y en fin... Otra razón que se suma al por qué hice lo que hice. — se inventó rápidamente sin pensarlo demasiado, haciéndolo más creíble.

— Ya, entiendo. Bueno levántate, que tenemos que irnos, no estamos seguros aquí.

¿Pero sabes a dónde ir?

— Sí. Sabía que algún día algo así iba a pasar, así que preparé un sitio por si acaso — explicó mientras regresaba donde habían dejado la lancha previamente.

De puta madre, entonces.

— ¡Gustabo, Gustabo! — el pequeño Horacio corrió entre lágrimas a los brazos de su hermano, buscando consuelo por la reciente pesadilla que había tenido

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¡Gustabo, Gustabo! — el pequeño Horacio corrió entre lágrimas a los brazos de su hermano, buscando consuelo por la reciente pesadilla que había tenido.

— ¿Horacio? — el rubio se despertó cuando escuchó al menor llamarle a gritos — ¿Qué pasa? — aceptó el abrazo y correspondió.

— He t-tenido una pesadilla... Tengo miedo — explicó entre hipidos, aferrándose a él con leves temblores.

— Oye tranquilo... Mírame — este le hizo caso y le observó atentamente — Solo ha sido una pesadilla, ¿vale? No es real, no ha pasado nada y estás bien. Estoy aquí contigo.

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