Capítulo 24

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Los días surgieron con bastante normalidad después de aquello. No hubieron cambios importantes, a excepción de la relación entre Conway y Gustabo, claro.

Ahora estaban más atentos el uno del otro, conversaban más seguido y compartían más tiempo juntos inconscientemente. El ambiente al principio era extraño, pero con el tiempo pasó a ser cómodo, como debía ser entre padre e hijo.

Como era de esperar, las noticias volaron y rápidamente toda la ciudad sabía que Gustabo era el hijo de Conway. Esto por una parte fue positivo para Gustabo, ya que ahora la gente le trataba con más respeto y ni se les pasaba por la cabeza meterse con él. Pero por otro lado también tuvo su parte negativa, y es que ahora podría ser el blanco perfecto de las mafias enemigas de Conway.

Gustabo estaba al tanto del peligro, pero sinceramente le daba igual y no estaba asustado, eso no estaba en su vocabulario.

Ahora mismo se encontraba yendo de camino a comisaría junto con Horacio con un detenido en los asientos de detrás del patrulla.

El chico no se callaba ni debajo del agua, empezaba a irritarles muchísimo, era muy pesado.

— Bueno, ¿va a leerme los derechos o qué? — preguntó el chico que llevaba las esposas puestas.

— Oh sí, por supuesto — Gustabo giró hacia la derecha con el coche — Tiene derecho a comerme los huevos. ¿Ha entendido sus derechos? — vaciló, provocando una risa en Horacio.

— Perfectamente, sí. Saben que si no me los leen me puedo ir, ¿cierto? — el detenido encarnó una de sus cejas.

— ¿Y sabe usted que a mí eso me importa lo mismo que me importa usted, caballero?

— ¿Eso cuánto es? — parecía interesado.

— Pues exactamente tres cojones.

— Ah pues fíjese, ya tenemos algo en común, agente — sonrió con burla.

— Bueno, no tengo ningún problema con ello, pero estaría muy bien si le hubiera preguntado.

— Uf... Increíble partida de ping pong, de locos — bromeó Horacio haciendo una metáfora soltando después una sonora carcajada.

Pronto llegaron a comisaría, entrando por la parte de detrás.

Aparcaron el coche y sacaron al detenido. Horacio se encargó de cachearle, confiscando la droga y el dinero negro que encontró en sus bolsillos.

Mientras tanto, Gustabo puso en la PDA los antecedentes; en este caso venta de droga y huída de la justicia.

— Bueno, pues ya está procesado. ¿Le llevo yo al calabozo o le llevas tú? — preguntó Gustabo mientras terminaba de guardar la tablet.

— Venga, le llevo yo. Espérame en el patrulla si quieres — tomó al chico del brazo gentilmente llevándole hasta dicha zona.

— Nah... Si no se tarda nada, te acompaño — fue detrás.

Horacio hizo que el detenido se adentrara en la celda. Se colocó detrás de él para así poder retirarle las esposas, cuando terminó de realizar la acción se dirigió hacia la puerta para salir, sin esperar que se llevaría un puñetazo del otro, acabando en el suelo tras perder el equilibrio.

— ¡Eh, eh! ¡Pero qué haces! — chilló Gustabo viendo toda la situación desde afuera, sacando la porra sin dudar.

El chico intentó escapar corriendo, pero Gustabo necesitó menos de cinco segundos para detenerlo, derribándole y apresándole con agilidad.

— Escúchame bien, ¡le vas a pegar a tu puta madre! — gruñó con rabia mientras le daba un golpe extra con la porra.

Horacio se levantó del suelo escuchando aquella frase dicha por el rubio, sintiéndose familiarizado con ese tono. Se parecía a Conway.

— Anda que... Estás despertando el lado agresivo de tu padre, tu tono es igual — se mofó Horacio, saliendo de la celda haciéndose un lado para poder dejar que Gustabo encerrara al otro.

— ¿Ah sí? Pues no me he dado ni cuenta, me ha salido del alma. Pasar más tiempo con él pasa factura, supongo — soltó una pequeña risa.

Terminaron de encargarse de él y regresaron al patrulla de forma apurada, con intención de asistir a un código 3 que había saltado en la licorería hace escasos minutos.

Horacio fue quien condució esta vez, se iban turnando cada cierto tiempo que pasaba. Y mientras tanto, Gustabo se encargó de prestar atención en las calles, comprobando que no pasaban por alto algún acto ilegal.

Fue entonces cuando sus ojos captaron a lo lejos una mujer de cabello rubio y profundos ojos azules caminando con serenidad por la calle, adentrándose en un callejón. Todo fue a cámara lenta durante unos segundos, que para Gustabo fueron interminables.

Esa mujer le resultaba familiar, demasiado. De repente le vinieron recuerdos de las fotos que le enseñó su padre hace escasas semanas, de su madre.

¿Acaso...?

¡Para el coche! — gritó de repente asustando a Horacio, quien frenó bruscamente.

— ¿Qué pasa, qué pasa? — le miró alertado.

— Creo que he visto a mi madre, no es coña. ¡Tira para atrás, corre!

Horacio obedeció y dió marcha atrás siguiendo las indicaciones del rubio, quedando al lado del callejón en el cual la vió desaparecer en la oscuridad.

Ya no estaba ahí.

— Mm... Aquí no hay nadie, Gustabo. ¿Estás seguro de que era ella...? No quiero sonar muy duro, pero...

— Ya, lo sé. Sé lo que vas a decir, que ella está muerta — se giró para poder encararle, y Horacio asintió con pena — Quizás debería ser realista, pero te juro que me ha parecido verla. Hablaré con mi padre de esto, de todas formas. Pero también te digo una cosa; Yo estoy vivo, entonces... ¿Crees que quizás mi madre y mi hermano también lo estén?

Horacio se quedó en silencio por unos instantes, meditando un poco antes de hablar.

— Pues... Podría ser, ¿no?

— Sí, puede. Por eso mismo, vamos a averiguarlo.

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