Capítulo 3

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— Ya está, como nuevo. ¿Se encuentra mejor, caballero? — preguntó la enfermera a Horacio una vez estuvo completamente curado, mientras este se ponía la camiseta.

— Sí, mucho. Gracias, enfermera — sonrió un poco, apoyando los pies en el suelo y bajando de la camilla.

— Nada, ¡cuídese! — se despidió, y seguidamente Horacio salió de la sala encontrándose con Gustabo sentado en una de las sillas del pasillo esperándole. Este se levantó y se acercó a él.

— ¿Ya estás bien?

— Sí, han sido dos puntos, no es nada — le restó importancia.

— Vale. Venga vamos, tenemos que ir a comisaría — caminó fuera del hospital, regresando al coche.

— ¿No vamos a seguir patrullando más?

— Supongo que sí, no lo sé. Conway quiere hablar con nosotros en su despacho.

— Uh... ¿Quiere hablar o aporrear? Cuidao' eh — bromeó.

— Yo creo que la primera, pero igual optará por la segunda en algún momento, no te digo que no — le siguió el juego, soltando una risa.

Ambos se subieron al coche y llegaron en seguida a comisaría, aparcando en una de las plazas libres que había.

Se adentraron en comisaría y atravesaron todos los pasillos y escaleras que habían hasta llegar al despacho del superintendente. Como no, entraron sin llamar.

— Hola, muy buenas — saludó Gustabo con una sonrisa burlona.

— Pero bueno, qué confianzas tenemos, ¿no? Los dos pasando sin llamar, como Pedro por su casa — les regañó Conway con ese tono irónico que tanto usaba él.

— Sabías que seríamos nosotros y nos estabas esperando, qué más da — dijo Gustabo mientras fruncía su ceño y hacía un gesto con la mano alzándola.

— Se trata de educación, capullo.

— Demasiada hipocresía en una sola frase. Nos lo ha ido a decir el más educado de la ciudad, eh. El que dice tres insultos en cada frase — exageró en lo último.

— Serás anormal...

— ¿Ves? No dura ni un minuto sin faltar al respeto.

— Bueno como sea — se levantó de su gran silla y sacó unos sobres de su bolsillo, colocándolos sobre el escritorio — Ahí tenéis, la paga.

— ¿Ojo? ¿Paga? — Horacio abrió sus ojos en demasía y se posicionó bien en la silla echando su cuerpo hacia delante.

Los dos estiraron su brazo hasta tener el sobre entre sus manos, ansiosos. Pero antes de abrirlos miraron con desconfianza al superintendente.

— Aquí huele a mierda... Él nunca nos paga — Horacio giró su cabeza hacia Gustabo tras decir eso, esperando su aprobación para abrir el sobre.

Gustabo no dijo nada y solo sacó el contenido del sobre. No era dinero, era un documento, así que empezó a leerlo.

— Anormales, ¿quién dijo que yo fuera a pagaros? Os he dado la paga que me debéis de la reparación de mi coche — especificó mientras se volvía a sentar en la silla.

— Qué cabrón... Ha hecho un juego de palabras — Gustabo hizo una mueca de asco.

— ¿Qué juego de palabras ni que pollas? Yo he dicho "ahí tenéis la paga", ya que me tenéis que pagar, coño. No soy culpable de lo que entendáis.

— ¡Pero haber dicho factura! ¡No paga! — exclamó ofendido.

— Esto es un fraude, tío... — murmuró Horacio por lo bajo, guardando la factura en el sobre de vuelta.

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