Capítulo 23

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— Ya era hora... Lentosss — regañó levemente Horacio cuando vió a Gustabo y Conway salir finalmente del hospital, ambos entrando al coche.

— Que me estaba explicando el superintendente todo lo que pasó, cabrón. ¿No tienes paciencia ninguna, eh? No exageres anda, que tampoco hemos tardado tanto — contestó el rubio mientras se ponía el cinturón sentado a su lado en los asientos de detrás del coche.

— ¿Ya estás mejor entonces? — Horacio giró la cabeza en su dirección.

— Sí, bueno. Tengo un poco de dolor de cabeza, pero para eso ya he tomado algo que me ha dado la enfermera — le devolvió la mirada, sonriendo un poco.

Conway arrancó el coche, mirando por el retrovisor a Gustabo. Se sentía demasiado aliviado, por fin las cosas habían vuelto a la normalidad.

No hubieron muchos daños después de todo lo sucedido, solo la Iglesia, la cual explotó Pogo con intención de suicidarse tras enterarse de que Conway era su padre, le impactó y afectó demasiado. Se sintió traicionado, ya que entendió que Conway lo sabía desde el principio, cuando no fue así.

En cuanto a ese tema... Aún no le había dicho nada a Gustabo sobre aquello. No sabía cómo decírselo, ni cuál sería el momento adecuado para hacerlo. Ya lo haría...

— Gustabo, recuerda que tienes que tomarte las pastillas todos los días por la noche antes de dormir. Ahora vamos a recogerlas en la farmacia — Conway marcó en el mapa la farmacia más cercana mientras hablaba, empezando a dirigirse hacia allí.

— Sí, sí. Lo sé, tú tranquilo.

Llegaron a los pocos minutos. Conway bajó del coche y se adentró en el local, mientras tanto Horacio y Gustabo se quedaron en el coche esperando.

Horacio colocó su mano sobre el muslo de su hermano, apretando levemente para llamar su atención, lo cual logró. Le sonrió mientras le miraba con alegría expresada en su rostro.

— Gustabo... — murmuró con nostalgia.

— Horacio... — Gustabo imitó su tono, llevando también su mano hacia el muslo de Horacio.

Este último abrió la boca para formular una frase, hasta que sintió como fue pellizcado en el muslo, provocando que se quejara mientras se reía apartando su mano de ahí para evitar que repitiera la acción — ¡Oye!

Gustabo rio también, notando las intenciones del contrario de vengarse, tan rencoroso como siempre.

Horacio se puso encima de él tratando de pellizcarle en las costillas, haciendo que Gustabo se echara hacia atrás por inercia para tratar de esquivar sus manos, y el fuerte sonido del golpe que el rubio se dió contra la ventanilla hizo que ambos se detuvieran un momento.

Nuevamente se empezaron a reír a carcajadas mientras Gustabo se sobaba la nuca, y siguieron con aquella batalla de pellizcos.

— Miralos, como niños pequeños... Sentaros bien, coño, y poneros el cinturón — demandó Conway tras volver de la farmacia. Le entregó el paquete de pastillas a Gustabo mientras cerraba la puerta del coche, para así poder arrancar.

Los menores obedecieron y se estaron quietos, colocándose el cinturón devuelta.

— De nuevo lo repito, Gustabo... Nada de saltarse las horas, tómate las pastillas a las horas correspondientes en las cantidades exactas. No puedes olvidarte de eso — no paraba de insistir en que fuera responsable, pues conocía de sobra al rubio, como era de ir a su rollo sin hacer caso.

— Que síii, papá — le nombró así burlándose de él, ya que se estaba comportando con él como tal.

Conway se sintió... extraño. Sintió algo en su interior, no le desagradó esa sensación de ser llamado así. Al fin y al cabo, era su hijo, debería acostumbrarse.

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