Capítulo 7

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— Tócate los cojones... — seguidamente soltó una risa. Gustabo se quedó anonadado y sin palabras tras ver que Conway trajo a una psicóloga.

— Tócatelos, ¿eh? — respondió este en cambio, de forma burlona.

— Tócate los cojones... ¿Qué soy, Ted Bundy?— volvió a repetir lo primero mientras miraba a la psicóloga, aún sin poder creerse que esto de verdad fuera real.

— Ay dios mío... — suspiró esta tras escuchar el vocabulario de su paciente. Sabía que esto iba para largo.

— Todavía no habías visto a un psicólogo, ¿a que no? Pues mira, hoy estás de suerte. Te he traído una psicóloga porque posees claros rasgos de psicopatía — explicó con severa calma fingida.

– ¿Psicópata yo? — preguntó con un tono lleno de escepticismo — Si hablamos de psicópatas, en frente mía tengo a uno.

— ¿Su compañero, el chico de cresta? — quiso saber la chica, sacando su libreta para apuntar datos y detalles del rubio.

— El que lleva traje, señorita — especificó.

— Ah, okey... — bajó la mirada hacia su libreta y empezó a apuntar mientras murmuraba lo que escribía — Llama psicópata a su jefe... — una vez terminó, alzó la vista hacia él de nuevo — Y dígame, ¿cómo fue su día?

— Pues fatal, como una mierda — fue directo y sin escrúpulos.

— ¿Y eso por qué, caballero?

— Porque el trabajo ha sido terrible. Se nos han escapado todos los delincuentes de los códigos 1 y los códigos 3, no hemos pillado ni a uno. Y las denuncias también pf, como un orto.

— ¿Y sabe a qué se debe o a qué se podría deber, la razón? ¿Hay algo en su mente que no le deja trabajar bien? Alguna discusión reciente, pérdida de un familiar o amigo...

— Es más sencillo que eso. Que no tenemos libertad, nos tienen a todos cogidos por el cuello, con una correa como perros. Está todo muy mal dirigido y se trabaja fatal, o seguimos las órdenes del superintendente a raja tabla o luego vienen los golpes y porrazos de su parte. Si disparas mal, si no disparas también. Si matas a alguien mal, si no lo matas mal. Todo mal. Todo desprecio. Todos vamos con miedo al patrullar por todas las broncas que vendrán después. Y pues yo actúo en consecuencia.

— Gustabo. Tú me mentiste aquel día diciéndome que no habías empezado a disparar, cuando en realidad sí que lo hiciste sin pedirle permiso a nadie, ni a mí ni a ningún superior — interrumpió Conway.

— Pues claro que te mentí, porque me ibas a reventar con la porra.

— A ver... Es normal que os eche la bronca si habéis hecho algo sin permiso — le defendió la psicóloga.

— Pero vamos a ver. Que él echa la bronca por todo y nos pega. Ese de ahí es un héroe, ¿y cuál fue el agradecimiento? Una buena somanta de palos, bueno más bien de porrazos — señaló como pudo a Horacio.

— ¿Agradecimiento? ¿Hay que agradecerle a alguien por realizar su trabajo? — soltó una corta risa la chica.

— Hombre pues sí, felicitar y motivar. "¿Has abatido a tres, Horacio? Felicidades y buen trabajo", nada más, con eso basta. Pero que ni eso, directamente le pegó. Le humilló un día además y todos se ríen de él por otras cosas que sucedieron con un tío.

— ¿Qué cosas, exactamente?

— Uno que le pegó dos tiros en las piernas. Se burlan de él por como iba en silla de ruedas.

— ¿Y qué pasó con ese sujeto? ¿Qué problema tuvieron con él?

— Pues... Es complicado, la verdad. Nosotros éramos amigos de su hermano, pero resultó ser un asesino en serie que tenía unos quince cadáveres enterrados en su jardín. Lo descubrimos y se lo entregamos al superintendente, y fue condenado con pena de muerte. Le disparó porque descubrió que trabajábamos para la policía y que le engañamos. También sabía que fuimos nosotros quienes entregamos a su hermano Pablito a la policía, y pues él odia la policía lógicamente por haberle arrebatado a su hermano y porque es también un tío chungo y anda en temas de venta de droga y armas.

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