Capítulo 30

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Escuchaba voces lejanas, completamente inaudibles para él. Tenía una extraña sensación de estar flotando, parecía un sueño. Eso solo fue al principio, ya que según su cuerpo iba despertándose aquellas sensaciones empezaban a disiparse y a ser reemplazadas por un dolor agudo que le atravesaba por todos los lados de su cuerpo sin control. La intensa presión en la cabeza que sentía le impedía pensar con claridad y procesar cualquier tipo de información.

El efecto de la droga que le inyectaron parecía no terminar nunca, sentía todo a su alrededor dar vueltas provocándole un insoportable mareo. Abrió los ojos con esfuerzo y trató de enfocar la mirada en algún sitio en concreto para hacerse una idea de dónde podía estar y qué había pasado, pues no recordarba mucho. Pero no fue capaz, todo estaba demasiado oscuro para él. Lo único de lo que pudo ser consciente es de que estaba atado a una silla.

Estaba bastante asustado, para qué mentir. Trataba de mantener la calma y pensar en frío, para poder encontrar alguna solución y escapar. Fue inútil, no podía estar calmado en una situación así, el pánico se apoderaba de él completamente al encontrarse solo sin saber qué hacer.

De pronto le vinieron Horacio y Conway a la cabeza, repentinamente. Y rezaba mentalmente para que estos fueran a salvarle.

Sus pensamientos fueron interrumpidos cuando se encendió la única luz tenue con la que contaba la sala, alumbrando justo encima de Gustabo.

Gustabo alzó su cabeza y miró al frente, observando la figura de alguien al fondo oculta entre las sombras. Esta figura empezó a avanzar hacia él, con lentos y pesados pasos, cuyo sonido de estos resonaba con eco debido a la vacía habitación. Finalmente se dejó ver; Era un hombre vestido completamente de negro, y por supuesto llevaba la cara tapada con un pasamontañas.

— ¿Qué quieres? — Gustabo fue directo, no haría preguntas estúpidas como "¿Quién eres?" y "¿Dónde estoy?", creía obvio que a eso no iba a responderle.

El hombre soltó una pequeña risa, a la vez que tomaba asiento quedando justo en frente de él — Qué directo. A mí también me gusta serlo, pero por esta vez no será así.

El rubio simplemente rodó los ojos antes de suspirar, ya cansado de la situación — Bueno, en fin... Serás de alguna mafia enemiga que quiere a mi padre muerto, o el control de toda la ciudad. Es lógico que harás algún tipo de negociación conmigo para tener ventaja.

— ¿Crees que estás aquí por eso? No es mala idea, es inteligente, de hecho. Sin embargo... Esa no es la razón — se inclinó levemente hacia atrás mientras cruzaba sus piernas, sacando de unos de sus bolsillos un cigarro. En la otra mano sostenía un mechero, el cual usó para poder prenderlo y fumar libremente tras subir hasta su nariz el trozo de tela que cubría sus labios.

— ¿Entonces...? — Gustabo se había perdido, no entendía qué otra razón podía haber para su secuestro.

— Bueno, quiero decir... Esa sí que es una de las razones, pero no la principal — terminó por explicarse tras expulsar humo de su boca, soplando directamente en la cara del rubio, quien acabó tosiendo.

Una vez se hubo recuperado del repentino pequeño ataque de tos, Gustabo volvió a encararle — ¿Entonces cuál es la principal?

El contrario volvió a cambiar de posición, arrastrando su silla para poder quedar más cerca de este. A continuación elevó su mano en forma de puño, estirando únicamente su dedo índice hasta que este llegó a tocar la frente del contrario, así señalando de forma precisa — Pogo.

Gustabo frunció su ceño, sin comprender.

— ¿Cómo sabes de...? — no llegó a terminar la frase.

Pogo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora