—Nos establecimos en Seattle como hogar permanente —explicó Azazziel, mirando con fijeza la botella medio vacía que tenía delante de él, pronunciando la palabra entre dientes—. Por ahora, al menos. Después de aquel día, cuando las dejamos en esa casa, volvimos una última vez al Infierno para cumplir una parte del trato, y a que Asmodeo nos exiliara de forma definitiva. Hemos estado en la Tierra desde entonces. No tenemos posibilidad de regresar. —Una media sonrisa curvó sus labios al tiempo que emitía un bufido—. Por eso detestaba cuando el imbécil de tu ángel sugería que tratáramos de averiguar por nuestra parte cuáles eran las intenciones de Asmodeo. Ni siquiera nosotros lo podíamos saber.
Asentí en silencio, aún sintiendo como si me hubieran dado un golpe en la boca del estómago. Tenía la impresión de que había perdido la capacidad de hablar.
Estábamos sentados en el suelo, alrededor de la destartalada mesita de centro a la que le faltaba una esquina, uno frente al otro. Apenas fui consciente de los impactos y arañazos sobre la madera, porque me distraía mucho más las botellas de distintos alcoholes regadas por encima, y también en el piso.
Él se percató de mi escrutinio. Una lenta sonrisa se extendió por su rostro, e inclinó hacia mí la botella que tenía en la mano.
Carraspeé.
—No, gracias... —musité, apenas.
—¿Qué? —Soltó una risa corta—. No me digas que ya no bebes. ¿Acaso el estar con el ángel te volvió mojigata?
Quise poner los ojos en blanco, pero decidí reprimirlo.
—No es eso, es que ya bebí un poco esta tarde con Akhliss —repliqué y fruncí los labios—. Además, no creo que sea buena idea. Tú ni siquiera deberías de estar...
Se puso de pie antes de dejarme terminar. Lo vi caminar hasta perderse en la habitación contigua. Escuché que comenzó a mover unas cosas de manera descuidada, incluso dejó caer algo al piso que causó una estridencia cuando se rompió.
Él regresó cuando estuve a punto de ponerme de pie para ayudarle. Traía una copa vacía en la mano.
Fruncí el ceño con una súbita molestia, pero él levantó un dedo antes de que hablara.
—Habría aceptado tu rechazo, si no me hubieras dicho que bebiste con Akhliss —respondió sin alterarse, arrastrando aún las palabras lánguidamente. Llegó hasta la mesita y se dejó caer con brusquedad al suelo—. Si brindaste con ella, ¿por qué no puedes hacerlo conmigo?
Sin esperar mi respuesta, sirvió un poco del vino blanco que él mismo estaba tomando en la copa y la dejó sobre la mesa, justo delante de mí.
Apreté los labios. Tenía un punto a su favor, aunque la voz en mi cabeza lanzó un grito de advertencia. Seguramente no era lo mejor que podíamos hacer en un momento como este, pero...
«No le debes nada», rezongó furiosa la voz en mi mente.
En sí era cierto, aunque quizá no me haría daño darle el gusto en algo tan pequeño. Tragando saliva, alargué una mano para tomar la copa con los dedos medio temblorosos. Me obligué a tranquilizarme. No, no había nada de malo en esto si era precavida. Además, con lo ebrio que parecía estar, tal vez ni siquiera notara si dejaba caer poco a poco el vino hasta terminarlo.
Sin embargo, cuando mis labios rozaron el cristal de la copa, él alzó la botella sobre la mesa. Tardé un segundo en entender que quería brindar, y cuando elevé la copa con cuidado, una media sonrisa sospechosa se dibujó en su rostro.
—¿Por qué sería? —inquirí confundida.
—¿Por enterarte al fin de la verdad? —sugirió con aire jocoso y, sinceramente, algo arrogante—. Era lo que querías, ¿no?
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Etéreo
ParanormalLIBRO II «Y nadie conoce mejor tu infierno, que aquel que se ha quemado en él.» - Benjamin Griss. Siempre tuvo la culpa. Él lo comenzó todo. Fue por él, con su llegada, que su vida jamás pudo volver a ser...