15. Engaño

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Se me quedó la mente en blanco. Por completo. No hubo pensamiento alguno, ni siquiera irrumpió la maldita voz que siempre invadía en mi psique. Nada.

No creí que... No esperaba... Había dado por sentado de que no volvería a verlo nunca más.

Pero él estaba aquí, frente a mí, y no podía creerlo. Fui incapaz de dar crédito a mis propios sentidos.

Y no logré emitir palabra alguna.

Azazziel ladeó ligeramente la cabeza al tiempo que daba un pequeño paso. Una diminuta arruga cruzó su entrecejo, y entrecerró la vista.

—¿Cómo es que...? —inquirió, y, aunque no estuve segura, me pareció notar cierta sorpresa en su tono—. No entiendo...

Escucharlo de nuevo, tan cerca, y después de haberme pasado tantas noches sin poder concebir el sueño porque le rogaba a la nada que regresara, fue como sentir una corriente de dolor que me recorrió todo el cuerpo, y se centró como un nudo en mi garganta.

Sí era real. Sí era él quien me hablaba en este mismísimo momento.

No supe de dónde saqué la fuerza, a lo mejor de algún rincón que emergió de la herida que me estaba lastimando en el centro del pecho desde hacía todos estos meses, o quizá de las enseñanzas y el valor que me había inculcado Alocer con dureza durante este tiempo... Pero respiré hondo e, ignorando la punzada de dolor, tragué saliva.

—¿Qué mierda hacen ustedes aquí? —Mi voz se oyó ronca y rota. No pretendía sonar así, rozando un matiz agresivo, pero tal vez era inevitable.

Él alzó ligeramente las cejas, y por algún motivo que no llegué a entender movió la cabeza en un leve asentimiento. Enseguida, volvió a hundir el ceño en un gesto confundido.

—¿Cómo que ustedes?

—Tú y Akhliss —aclaré—. Acabo de verla casi que cogiéndose a un par de humanos en un club nocturno un poco más lejos.

Desvió la vista con el ceño fruncido hacia la izquierda, en la misma dirección donde quedaba el recinto del que salí corriendo.

—Entonces fuiste tú a quien... —La tenue arruga en su entrecejo se hizo más notoria, y luego sacudió la cabeza. Regresó la mirada severa a mi rostro—. No sé por qué carajos estás aquí, Amy. Pero, sea cual sea tu motivo, tienes que irte.

—¿Irme? —Parpadeé, tan confundida que me surcó una punzada de dolor en la sienes. Lo miré de arriba abajo—. ¿Y quién carajos te has creído? ¿Te apareces aquí, así como si nada, tú y Akhliss, y pretendes que siga tu maldita orden de...?

Me callé, no porque me alterara el asombro que vi en su expresión, sino por la energía helada y —por desgracia— tan bien conocida que noté a mis espaldas. Una presencia igual de familiar y estremecedora que las otras dos.

Pero, antes siquiera de girarme para mirarlo, su voz llegó a mis oídos.

—¿Amy?

Volví a sentir una sensación tan demoledora como la de recién. Como la de antes con Akhliss... Llegué a pensar que iba a desmayarme ahí mismo.

Me mordí el labio inferior con fuerza, absorbiendo la punzada de dolor en el centro de mi pecho, y me di la vuelta. Otra vez, fue como apreciar un espejismo muy realista del pasado. Una ilusión que resultó igual de dolorosa que las anteriores.

Ese aspecto algo desgarbado, que no irradiaba imponencia ni altanería sino ternura, terminaron por desmoronarme. Sentí una capa de humedad amontonándose, nublándome ligeramente la vista, y tuve que apretar los labios y los puños al mismo tiempo porque de lo contrario iba a romper a llorar. Sus ojos ambarinos, del color de la miel, se abrieron más de lo normal.

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