21. La respuesta

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Nat y yo nos abalanzamos sobre él. No pude evitarlo. No me importó quiénes estaban a nuestro alrededor, ni tampoco lo adolorida que me había dejado Shetani. El malestar en mis músculos era nimio en comparación con la conmoción que me embargó el verlo aquí. Hasta este momento, realmente había creído que no volvería a saber de él.

Alocer hundió el ceño, con el desconcierto tallado en las facciones, pero en el siguiente segundo nos dedicó una leve sonrisa.

—No vayan de decirme que me extrañaron, sabandijas.

—¡Mataste a esa cosa rapidísimo! —exclamó Nat, dando un paso hacia atrás, con los ojos brillantes de emoción—. ¡Eres asombroso!

Él emitió una risa corta, y me pareció detectar un ligero viso de sobrecogimiento en su expresión, pero fue tan breve que no pude corroborarlo. Enseguida, alzó la vista; primero en dirección a Azazziel, y luego hacia a Amediel. Un gesto de arrogante malicia le tiñó el semblante.

—Y ustedes peleándose por ellas, cuando es a mí al que están abrazando... —les dijo con toda tranquilidad.

Nat se rio y yo puse los ojos en blanco, pero igualmente terminé sonriendo. Es que era inevitable: él estaba aquí. Regresó cuando juró que no lo haría.

Pero, pese a la emoción inicial, no pude evitar preguntarme el por qué. ¿Qué le sucedió? ¿Qué le hizo cambiar de opinión?

Aparté los brazos en torno a su torso, y volteé para ver que Amediel giró los ojos al cielo en respuesta a su comentario. No obstante, de algún modo parecía aliviado.

Los demonios eran otro asunto.

Khaius, todavía sosteniéndose con una mano su hombro herido, observaba a Alocer con el entrecejo fruncido, colmado de confusión e intriga. Azazziel tenía los puños tensos a los costados, los labios apretados y un aire denso emanando de cada parte de él, sin quitarle la mirada furiosa de encima.

Akhliss tuvo una reacción diferente. Era la única que no lo miraba; en vez de eso, tenía la vista clavada a lo lejos, hacia los restos incinerados y hundidos del Calypso. Hundió el ceño y, en un instante, las facciones se le cubrieron de aflicción.

—Mi barco... —musitó sin aire, casi haciendo un puchero.

—¿Y eso qué importa? —masculló Kalei, dedicándole un vistazo de desdén que ella ignoró.

Alocer dio un paso hacia atrás y me miró de pies a cabeza.

—Veo que tuviste un mal día. —Alzó una ceja—. ¿Te caíste de cara o qué?

Como si hubiera sido un recordatorio, una punzada me surcó la parte alta de la frente. Levanté una mano para palparme la herida, pero en cuanto lo hice el dolor aumentó. Recién ahí, al ver mis dedos, supe que estaba sangrando. El frío del ambiente era tal que ni siquiera me había dado cuenta, tenía cada parte del cuerpo entumecida; al irse el calor de la pelea, estaba empezando a resentir las consecuencias.

El calor... El fuego... Se habían ido.

—Las hijas de Naamáh nos atacaron —explicó Nat a toda prisa, embargada de nerviosismo—. Esas tipas rubias iguales a ella. Querían llevarse a Amy.

—¿De qué hablas? —exigió Amediel, mirándola fijo.

—Intentaban llevarla con Asmodeo.

—Eso imaginé... —Alocer, cuyo semblante se había colmado de severidad, asintió lentamente—. Les había advertido que Levi vendría aquí —expresó con voz queda y ronca, y volteó hacia atrás, hacia los restos del barco que estaba terminando de calcinarse. Ya no se distinguía ni un solo tentáculo agitándose alrededor—. Pero me equivoqué. No era lo que pretendían.

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