20. Poder oculto

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El estruendo de la madera estrellándose contra el suelo me ensordeció.

En un fugaz lapso, el terror se disparó en mi sistema.

—¡¿Qué mierda es eso?! —expresó Nat, levantando las manos protegerse la cabeza—. ¡¿Ese es Leviatán?!

—No... —masculló Akhliss con los dientes apretados, tensando los puños con fuerza. Una furia súbita se apoderó de sus facciones.

Alexander comenzó a emitir una retahíla de ladridos potentes y fúricos hacia el formidable tentáculo que disuadía de su ataque por la superficie de la cubierta, arrastrándose en reversa hasta desaparecer por el borde. El miedo me invadió en un santiamén y me acerqué a él por puro instinto de protegerlo. Tenía el pelo negro del lomo erizado, las uñas de sus patas estaban expuestas, amenazantes, y no dejaba de gruñirle hacia algo que no podíamos ver.

En ese momento, se oyó un bufido sordo. Un sonido extraño, que en primera instancia no supe definir. Provino desde algún sitio de debajo de nosotros.

De debajo del barco.

Nat perdió el equilibrio y cayó al suelo cuando un movimiento brusco ladeó el navío. Yo me apoyé en el barandal metálico, sujetando a Alexander con un brazo. Entonces, alguien me tomó por la cintura y me apartó rudamente.

—Aléjate del borde —siseó Amediel, arrastrándome. Su tono, cargado de una repentina ansiedad, me colmó a mí de un pánico repentino.

Se escuchó otro crujido desde un lugar que no previmos, y en el siguiente segundo apareció otra descomunal masa negra, alargada y gruesa como una serpiente gigantesca.

De nuevo, un tentáculo se elevó hasta arriba, y luego se dejó caer con una fuerza monstruosa, haciendo pedazos una pila de cajas que tenían provisiones. Se movió hacia los lados, entre los escombros, y todos y cada uno de nosotros se alejó tanto como pudo.

Kalei se agachó para tomar el bolso negro que nos había dejado Alocer, que estaba en cubierta listo para usarlo. Sin embargo, el tentáculo pasó demasiado cerca y se quedó pegado a una de esas enormes ventosas. Kalei lo siguió, tratando de atraparlo, pero se detuvo cuando apareció otra gigantesca extremidad negra. Vi, sintiendo un cúmulo desbordante de frustración, que se llevó el bolso repleto de armas cuando retrocedió para volver al agua.

Otra inclinación violenta del barco nos hizo perder el equilibrio a todos. Se oyó algo similar a un gruñido, una protesta profunda, que emanó desde el mar.

—¡Akhliss! —vociferó Azazziel, con la expresión alterada por la ira—. ¡Haz que se vayan de aquí! ¡Usa eso!

La diablesa, que se estaba enderezando, hundió el ceño con vacilación.

—¿Y si no funciona?

—¡Solo hazlo!

—¿Qué va a usar con ellas? —exigió Amediel, y noté como su brazo a mi alrededor se tensó.

—¡Tú no te metas! —le gruñó Azazziel.

Los ojos bien abiertos de Akhliss oscilaron entre Nat y yo, aún con duda, pero finalmente sacudió la cabeza con hosquedad. Se dirigió velozmente hasta el sofá en el que la había visto durmiendo, se inclinó para aferrar el borde, y lo levantó con una fuerza desmedida, haciéndolo estrellarse contra un nuevo tentáculo que se había alzado encima de ella, destrozándolo en el proceso.

Fruncí el ceño, aturdida, cuando lo vimos.

Debajo del mueble había un símbolo extraño, dibujado con una especie de tinta negra. Formaba un círculo grande, que en medio contenía unas líneas entrelazadas que casi parecían una clase de pentagrama estrambótico.

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