16. Penitencia

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El demonio apretó los labios, y un escalofrío me recorrió la espalda cuando un claro viso de dolor se asomó en sus intensos ojos azules.

—No soy padre de nadie —replicó Alocer en un murmullo áspero y roto, avanzando lentamente—. Mi hijo ya no existe, por culpa de ese horrible engendro que está ahí.

Vi que Azazziel tensó la mandíbula con fuerza. Por un segundo pareció dispuesto a responder, pero casi de inmediato lo pasó por alto y clavó la vista en el ángel. El asombro y la confusión se adueñaron de su semblante un breve lapso, solo para terminar mirándolo casi con el mismo odio que Alocer le dirigía a él.

A mis espaldas, advertí que Akhliss se estaba alejando.

El ángel dio un paso dudoso hacia mí y enfoqué toda mi atención en él. Percibí un desconcierto tan palpable en su expresión que el colosal sentimiento de culpa que me asaltó me hizo incapaz de hablar.

—¿Qué...? —expresó solo con los labios, tan bajo que no llegó a oírse.

Entonces, alguien diferente de los demonios que lo rodeaban lo distrajo. El espanto le colmó las facciones y, sin mediar en ninguno de ellos, se dirigió hacia la orilla donde estaba Kalei recostado de espaldas. No me había dado cuenta hasta ahora de la cantidad de sangre que brotaba de su torso y manchaba de rojo la arena. Tenía los ojos cerrados, y una oleada de pánico colmó mi sistema cuando me pareció notar que no se movía en absoluto. Amediel se agachó hasta hincar una rodilla en el suelo, y extrajo la daga de su estómago para luego poner una mano encima de la herida.

El fulgor grisáceo y desconcertante que ya conocía bien brotó desde sus palmas, iluminando el sitio y consiguiendo hacer que tanto Akhliss como Khaius retrocedieran. Azazziel se quedó en su mismo sitio; únicamente le vi apretar los puños.

—¿Él es...?

—Es un Celador —le respondió Azazziel a Akhliss, observando la escena con repudio escrito en el rostro.

Alcancé a divisar que Alexander hizo un movimiento brusco y tumbó a Shetani sobre la arena hasta ponerse sobre ella, impidiéndole huir.

Un quejido bajo me hizo volver la vista hacia Naamáh, que se sostenía solo con un brazo y las rodillas mientras parecía respirar con suma dificultad. Se cubría con una mano un punto en el centro de su pecho, justo donde estaba la herida que la espada de Amediel le provocó, y una gran mancha oscura teñía su ropa. A su lado, Sarlyc volvió a emitir un lamento cuando otro borbotón espeso de sangre negra le causó un violento estremecimiento.

—¿Ella... es Naamáh? —La voz de Nat me sacó de balance, solo para alarmarme enseguida, sobre todo porque acababa de percatarme de lo cerca que estaba de mí.

—Vámonos... —Oí el susurro de Akhliss, que tocó el brazo de Azazziel, pero él se la sacudió de encima.

Sus ojos grises viajaron de mi rostro al de Amediel, luego al de Nat y finalmente terminaron en el de Alocer de nuevo. Su pecho descubierto se hinchaba y disminuía por la respiración precipitada. Mi propia confusión, mis intempestivas emociones y mi claro descubrimiento me impidieron por completo tratar de adivinar lo que se le pasó por la cabeza.

Escuché el sonido de un cuerpo dejándose caer al suelo. Un denso y grande charco negro se había formado alrededor de Naamáh, y para cuando comenzaba a pensar que no se iba a sacudir más, me miró.

Soltando unos ruidos cortos y ahogados, vi que se llevó una mano a su vientre con un esfuerzo enorme. Sus labios se movieron de nuevo, pero esta vez para pronunciar algo que fui incapaz de comprender, y que desde mi distancia no oí. El tono azul de su pupila, del color del zafiro, fue cambiando poco a poco hasta tornarse completamente negro, incluso la parte que era blanca del ojo.

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