7. Trato hecho

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El auto iba demasiado lento para mí, pese a que era todo lo contrario. El ritmo acelerado de mi respiración hinchaba y achicaba mi pecho con urgencia. El corazón me latía a un impulso desmedido, golpeaba con fuerza contra mis costillas y zumbaba en mis oídos. Latía por la prisa, y más que nada por miedo... Miedo de que no pudiera llegar a tiempo.

—Nat... —la llamé en tono alto, para que pudiera oírme.

—S-sigo aquí —respondió, a través del altavoz del celular. Su voz, que todo el tiempo sonaba feliz, fuerte y alta, me hizo sentir otra nueva punzada de rabia y ansiedad debido al temblor que emitió.

Apreté las manos en el volante.

—¿Q-qué está haciendo el maldito?

—Nada... E-está quieto como una... —No logré oír lo siguiente porque se escuchó entrecortado, acompañado de un molesto y leve ruido—. Alex no lo deja moverse... Está conm...

—No te oigo bien. Algo está haciendo interferencia. —Se oyó otro ruido, era mitad su voz distorsionada y mitad chirrido—. ¿Nat?

El silencio absoluto que llegó, inmediatamente después, fue aún más preocupante. Quité la vista del camino para mirar la pantalla del celular, pero indicaba que no me había colgado.

—¿Nat? —insistí.

Hundí el ceño, extrañada y atemorizada. Sin embargo, tan pronto como comencé a preguntarme a qué se debía el problema con la llamada, la propia voz de mi mente me respondió.

Era por él. Ciertamente, ya en otras ocasiones nos había ocurrido esto con Nat antes, pero era cuando yo estaba cerca de la presencia de Alocer. Él, como la entidad demoniaca que era, podía interferir con el funcionamiento de los objetos tecnológicos, de acuerdo con la intensidad de sus emociones. Tenía entendido que las presencias paranormales lo hacían, pero no había pensado que esa categoría incluía también a los ángeles. Lo que quería decir que, o Amediel estaba entorpeciendo la llamada a propósito solo para fastidiarme..., o estaba perdiendo la paciencia.

La línea se cortó. Una horrible sensación, fría como hielo, me corrió por la espalda al perder el contacto con ella. Carajo, debía apurarme. Y, por otra parte, rogar también para que no me detuvieran por exceso de velocidad.

Estrujé las manos sobre el volante hasta que sentí que las heridas en los nudillos se me abrieron. Aprecié el dolor agudo y la humedad de la sangre, pero ahora mismo no me importaba nada. Nada que no fuera llegar cuanto antes al departamento.

—Por favor, por favor, por favor... —rogué cuando me topé con una desgraciada luz roja, y con muchos testigos y gente a mi alrededor como para quebrantar la ley y no levantar sospechas. Eso no me ayudaba en nada. Si me detenía una patrulla, no iba a poder llegar con Nat.

Aun así, un vehículo me tocó la bocina cuando pisé con fuerza el acelerador y ambos carros quedaron muy cerca. No me importó. No interesaba nada ahora, solo llegar a tiempo. Me pareció que el camino fue mucho más largo del que yo siempre solía recorrer a casa. Lo sentí como una verdadera tortura.

Tenía la frente sudada cuando estacioné casi media calle más lejos del departamento. Agarré mi bolso y di un portazo sin pensar en otra cosa que no fuera subir las escaleras en espiral del edificio, y en no detenerme hasta ver el pequeño número diecinueve brillante y dorado de nuestra puerta.

Sorprendentemente, cierta parte de mi mente reaccionó, y entre el miedo y la adrenalina, pude oír la voz de Alocer dentro de mi cráneo:

No vayas a subestimar estas cosas —había dicho hacía casi media hora atrás, cuando metió con rapidez los guantes que me dio en mi bolso, justo después de verme corriendo hacia el auto—. Con las armas necesarias, puedes llegar a hacerle más daño del que crees... Y más si se atreve a herir a tu amiga, piénsalo.

EtéreoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora