25. Petición

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Una fusión vehemente de emociones me golpeó con tanta prisa e intensidad que no fui capaz de reaccionar. Lo único que pude hacer fue abrir más los ojos, sin apartarlos de las llamas azules que surgían de mi piel; de forma irreal. Imposible... Como un sueño.

Incapaz de quitar la mirada pasmada de esa imagen, una punzada me surcó justo en las cienes y contraje el rostro por el dolor.

En el siguiente momento, sucedieron varias cosas a la vez. Pasó casi todo al mismo tiempo.

Akhliss salió de nuevo y enfocó la vista en mí, primero con una expresión que era una mezcla entre la confusión y el enfado con la que se había encerrado en la cabaña, y enseguida su rostro se transformó en la imagen del pavor. Khaius, con los ojos muy abiertos, dio un paso vacilante hacia atrás y noté que su pecho comenzó a agitarse más deprisa. Azazziel seguía delante de mí, sin retroceder pese a lo que acababa de explicarme, y su mirada bajaba y subía en una inspección colmada de intensidad.

Pude advertir el resplandor celeste de la piedra que colgaba de mi cuello, alternando al rojizo, e inmediatamente presentí en mi piel las enérgicas presencias que emitían el ángel y el demonio de pelo negro, cuando estuvieron lo bastante cerca.

Entonces, antes de que fuera capaz de preverlo, una silueta de color claro que provino desde un punto lejano aterrizó sobre Azazziel, y logró derribarlo al suelo con un estruendo que hizo un eco feroz en el bosque.

La respiración se me atoró en la garganta.

Amediel tenía el torso descubierto, y las blancas alas extendidas. Estaba de pie inclinado hacia Azazziel y le había puesto un pie sobre su pecho. Se le aproximó todavía más, a una distancia amenazante. Otro golpe de pasmo me invadió cuando vi que sus facciones, usualmente tan serenas, estaban colmadas de una profunda ira.

—Apártate de ella —siseó Amediel con la mandíbula apretada, y un tono tan frío y amedrentador que casi provocó en mí un escalofrío.

Azazziel lo empujó para quitárselo de encima y se puso de pie con rapidez.

—¿O qué? —masculló con furia.

—¡Oigan! —chillé con tanta fuerza que todos clavaron la vista en mí. El fuego no desaparecía. No se iba y ellos se querían enfrascar en una absurda pelea. La rabia que aquello me provocó fue como un combustible invisible y vi, con absoluto horror, que las llamas crecieron. Comenzaron a extenderse por mi antebrazo lentamente—. ¡Ayúdenme! ¡Quítenme esto!

—N-no sé cómo... —musitó Khaius, que echó un vistazo nervioso hacia los demonios.

—Azazziel... —le llamó Akhliss en un murmullo sin moverse de su sitio, con la vista aturdida.

Él la miró un instante y luego a mí, y en el siguiente segundo la ira que atestaba su rostro había pasado a una insondable confusión. Abrió los labios, pero no dijo nada.

Empecé a respirar agitadamente y un grito de espanto se construyó en mi garganta. Era algo inconcebible. ¿Qué era esto? ¡¿Qué mierda esta esto?! Una cosa que solo había visto en mis pesadillas y que jamás pensé que podía existir. Y ahora se estaba materializando.

Era real.

Sentí que los ojos se me empezaron a empañar.

—¡Haz algo! —clamó de pronto Akhliss—-. ¡Está asustada!

—¡No puedo tocarla! —replicó Azazziel con un tono igual de tenso—. ¿Quieres que me mate?

Alexander, que incluso él también se alejó de mí, comenzó a ladrarme con fuerza, a un volumen ensordecedor.

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