41. El perdón

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—Encuéntrenlo antes de que llegue aquí —ordenó Azazziel con voz tensa—. ¡Ahora!

En el siguiente momento, sin agregar otra palabra, las figuras de Akhliss y Khaius desaparecieron de la sala; parpadeé aturdida, porque hacía demasiado tiempo que no los veía evaporarse de esa forma. El tenue rastro de humo oscuro que dejaron no hizo sino incrementar de manera abismal la preocupación que ya estaba sintiendo.

No transcurrió más de un segundo en silencio, y Malakai se movió de un modo que, al parecer, Alocer consideró sospechoso. No alcanzó a dar un paso cuando él se situó delante de ella y la retuvo de un brazo. Aquello consiguió hacer que Amediel saliera de su ensimismamiento, pero no se atrevió a iniciar una pelea contra Alocer, solamente se quedó muy cerca de su hermana, observando con atención al demonio.

—¿Tienes prisa, angelito? —inquirió Alocer en tono desafiante.

Malakai tensó la mandíbula, pero se quedó quieta. Sus ojos turquesa viajaron a mi rostro.

—Conque tiene un hermano —musitó bajo, con un dejo extraño, como para sí misma.

—Esto no te incumbe —soltó Nat a modo protector.

Pero yo no podía estar menos interesada en su pelea.

Puse una mano sobre mi frente y cerré los ojos con fuerza para tratar de retener las lágrimas. Azazziel me apretó la mano con el suficiente cuidado de no dañarme.

—Si le sucedió algo... —mascullé en un susurro, pero no conseguí terminar la oración.

—No tienen cómo —objetó Alocer, sin dejar de mirar al ángel—. Ninguno de ellos sabe que estamos aquí.

—Pero las gemelas sí saben que estamos en algún lado de Seattle —terció Kalei mientras hundía el ceño—. Puede que nos hayan encontrado y no se han atrevido a venir.

—Pero no deberían saber quién es él.

Malakai frunció el entrecejo con absoluta confusión, y Amediel sacudió la cabeza como en una señal de que no abriera la boca.

Dejé de prestarles atención y comencé a llamar a mi hermano, pero esta vez no respondía. El pitido del teléfono se oía una y otra vez, como si lo estuviera dejando sonar a propósito.

O como si le hubiera ocurrido algo.

Me ovillé en el sofá y, sin importarme la presencia de ninguno de ellos, dejé que las lágrimas se deslizaran por mis mejillas lentamente.

Nat se sentó a mi otro costado y empezó a acariciar mi cabeza con suavidad.

—No puede ser —sollocé—, no me puede estar pasando esto...

—Ellos lo hallarán —me consoló Nat—, no dejarán que le suceda nada.

—Me muero si le pasa algo.

Lloré con más desespero, incapaz de controlarme.

Un gruñido por parte de Azazziel me sacó de balance por unos instantes, hasta que comprendí su motivo: la manera en que el nuevo ángel me miraba, sin la menor consideración por mi pena.

Alocer se le adelantó en agarrarla el otro brazo y obligarla a alejarse, fuera de mi vista, porque la perplejidad en el rostro de Malakai era demasiado clara, como si no fuera capaz de entender qué diablos me estaba pasando. Amediel evitó mirarme siquiera una vez, antes de seguir a su hermana.

Por mucho que quisiera hacer otra cosa, no me quedaba más remedio que aguardar.

Mis ganas de salir en busca de Anthony eran inmedibles. Pero, en mi estado, no había mucho que pudiera hacer. Y no era en sí el embarazo, sino que me sentía demasiado débil; el hecho de haber gastado energía llorando ya me había agotado hasta sentir los párpados cansados. Me sentía más exhausta de lo que había estado hace solo un par de días atrás, cuando cometí el atrevimiento de seguir a Memphyss.

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