37. Ángeles

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Akhliss le dio un golpe a la pared. Una pequeña grieta se abrió paso en el sólido material justo en el punto donde estaba su puño, al tiempo que un ligero temblor sacudía buena parte de la sala.

—¡Maldito ángel de mierda! —gruñó con la mandíbula apretada—. ¡Sabía que debimos matarlo hace mucho!

—No tiene caso —suspiró Khaius, y dejó caer la vista al suelo—. Si Kalei no puede notar su energía, es porque seguramente ya no está en la Tierra.

Escuchar eso me causó un nudo en el estómago. Me surcó un leve mareo y me sostuve con el respaldar de la silla en la que estaba Nat, a mi lado. Ella hundió el ceño, puso una mano encima de la mía como apoyo, y posó la otra sobre mi vientre.

—Oigan, ¿y si se están apurando en creer eso? —les sugirió a los demonios con cierta cautela, y luego se giró para mirarme—. Tú y Azazziel están arreglando las cosas, y él ha estado presente todo el tiempo. A lo mejor solo necesitaba un respiro y alejarse un poco, pensar o no sé...

—No lo creo —repuso Alocer con un tono bajo, pero tenso—. Le habría avisado a Kalei para no preocuparlo, así como está ahora. —Un viso oscuro cruzó su mirada abstraída—. Y, en cambio, lo engañó para poder irse.

—Seguiremos buscando —ordenó Azazziel con la voz áspera. Frunció los labios al tiempo que sus puños se estrujaban con fuerza—. No pudo haber llegado con ellos tan pronto.

Una punzada de pavor me atravesó de lleno.

Apenas Kalei nos avisó a Azazziel y a mí, los demonios se marcharon para tratar de rastrearlo. Lo buscaron toda la noche, sin éxito. No hallaron nada, ni un solo rastro. Acababan de regresar hacía unos minutos para preguntarle a Kalei si acaso había vuelto a sentir su presencia.

Pero él tampoco había advertido ni un ápice de la energía de Amediel.

—¿De nuevo saldrán ustedes solos? —inquirí, apreciando el temor que se coló en mi voz—. ¿Qué pasa si las gemelas los llegan a detectar?

—Necesitamos hallar a ese idiota —replicó Akhliss con dureza, pasando por alto mi queja.

Vi de soslayo que Memphyss me miró con el ceño hundido, y luego a todos los demás presentes. Un leve bufido brotó de sus labios tensos, parecía ya estar un poco harto de no entender nuestras conversaciones.

—¿Qué gemelas? —preguntó en un tono bajo y desganado, como sin la esperanza de que alguno le fuera a responder.

Nat, que se había sentado a su lado en el sofá, se apiadó de él.

—¿Llegaste a conocer a una tal Naamáh?

Por un breve segundo, Memphyss pareció no haberle comprendido, pero luego abrió los ojos de par en par, echó un vistazo rápido hacia los demonios y después a ella de nuevo.

—Claro que sí —respondió con un hilo de voz—. Es una de las hijas de Lillith. Espera... —Volvió a hundir el ceño como si se forzara a sí mismo a recordar, y al siguiente instante un viso de pavor alteró sus facciones cansadas—. ¿Te estás refiriendo a las hijas de ella? ¿Shetani y Sarlyc? —Nat torció el gesto en una mueca horrorizada y Memphyss regresó la vista hacia los demonios, esta vez con una repentina alarma brillando en sus negros ojos—. Pero ¿qué hicieron?

—¡Fue lo que tú hiciste! —vociferó Alocer, con tanto brío que me hizo sobresaltar.

En mi vientre, la pequeña criatura se removió rápidamente y me obligué a reprimir la dolorosa punzada que me causó.

—Un momento —terció Memphyss, pasándolo por alto—, ¿qué otro demonio está involucrado en esto?

—Bueno... —Nat apretó los labios, incómoda—. ¿Recuerdas quién es Leviatán?

EtéreoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora