44. Caos

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—P-pero ¿quiénes eran esos dos? —inquirió Nat, sin dejar de derramar terror en la voz.

Akhliss hundió con fuerza el pie en el acelerador, empujándonos a Nat y a mí contra el asiento. Tenía los puños tan apretados sobre el volante que parecía que lo haría pedazos en el siguiente giro. Cada músculo de su cuerpo estaba tenso, no apartaba la vista ofuscada del camino —yo ya no distinguía casi nada debido a la velocidad a la que nos llevaba—. La diablesa parecía estar al borde del colapso.

—Son guerreros... —susurró con un tono áspero, colmado de impaciencia—. Esos malditos formaban parte de las legiones de Azazziel.

Un jadeo se me escapó al tiempo que una corriente de hielo me recorría el sistema.

«Porque nuestra energía les es familiar», había dicho Khaius. «Nos conocen».

Recién ahí lo entendí; los conocían porque habían sido sus compañeros a lo largo de quién sabe cuánto tiempo. Fueron sus legiones...

—Maldita sea, ¿cómo no lo previmos? Por supuesto que los iban a enviar a ellos. —Akhliss hablaba en murmullos para sí misma, sacudió la cabeza como si la idea le hubiera repugnado, y creí ver que rechinó los dientes—. A sus propias legiones, el muy hijo de puta...

Nat se cubrió la boca con una mano, compungida.

—Pero, si eran sus legiones... ¿cómo ellos pudieron aceptar hacer esto...?

Un nudo se me formó en el estómago al pensar lo mismo que ella.

—Si reciben una orden, no pueden desobedecer —explicó Akhliss—. Y ellos eran más convenientes que cualquier otra horda de demonios —bufó, apretando los puños en el volante todavía más—. Los enviaron porque a ellos les iba a ser más fácil hallarnos, porque los conocen mejor que los demás, saben en qué es más fuerte y en qué no, sus puntos débiles...

El corazón se me encogió dolorosamente. Por un breve lapso el temor se adueñó de mí, pero luego una impetuosa ola de calor lo reemplazó.

Sin querer, los rostros de Asmodeo, de Leviatán y el de las gemelas vinieron a mi mente; los responsables de todo este aterrador caos. Esos desgraciados estaban usando a sus antiguos compañeros para atacarlo. Si bien nunca supe si Azazziel sentía alguna clase de estima hacia ellos, o si por el contrario los aborrecía, aun así, me pareció una jugada detestable. Un nocivo sentimiento de desprecio me recorrió de pies a cabeza.

—Amy... —musitó Nat, poniendo una mano sobre la mía en un intento por tranquilizarme. Sin embargo, mi respiración era cada vez más acelerada, y no podía controlarla.

Lo único que logró distraerme de aquella malsana emoción fue la pequeña niña que se removió entre mis brazos, alzando la cabeza para mirarme con una expresión que colmaba de ansiedad su diminuto rostro.

—Tranquila —susurré, acercándome a su oído, y pegué los labios a su sien.

Según lo que Anthony me había dicho, su hotel debía estar muy cerca. Y aunque no tenía muy claro si eso era algo bueno o malo en estos momentos, quería llegar a él lo más pronto posible.

Nat se giraba sobre el asiento a cada minuto para comprobar que nadie venía tras nosotras. Pese a que sabía que trataba de tranquilizarme a mí, el temor que ella destilaba era innegable.

—¿Cómo cuántos de ellos crees que hay? —inquirió por lo bajo.

Akhliss no respondió de inmediato.

—Siento algunos más —replicó finalmente con los dientes apretados, de nuevo con ese tono ronco ajeno a ella.

—¿Algunos? —dudé a mi vez.

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⏰ Última actualización: Jun 24 ⏰

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