2. Efecto colateral

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Tyler jadeó debajo de mí.

La oscuridad en la que estaba sumida la habitación me impedía ver su expresión, pero oía claramente cómo estaba respirando cada vez más fuerte. El corazón me martilleaba dentro del pecho, con la respiración acelerada puramente por el esfuerzo físico, pero eso no quería decir que no lo estuviera disfrutando. Tyler era bueno en los juegos previos, creía que ya no faltaba mucho para sentir la culminación en el centro de mí. Aunque, de algún modo, me parecía que me estaba costando.

El calor recorría mi cuerpo como oleadas furiosas. A él cada vez le escuchaba soltar más aire agitado por la boca. Estar con Tyler era tan bueno como podía serlo estar con cualquier otro humano que tuviera unos cuantos años de experiencia en este asunto. Desde luego, contaba con más práctica que yo, y había algunas cosas que, de a poco, estaba aprendiendo de él... Pero Tyler era mi segundo chico.

Y el primero no había contado con solo unos cuantos años, sino con siglos de experiencia en el sexo.

La comparación era estúpida, pero también ineludible. Ya estaba empezando a sentir rigidez de los músculos y el temblor en mi interior, cuando Tyler acomodó las manos en mis caderas para enterrar los de dedos en mi piel y, profiriendo un ligero gruñido, se dejó ir. Sentí cómo todo su cuerpo se endurecía, para luego soltar un suspiro y relajarse por completo.

Con cuidado, abandoné la unión de nuestros cuerpos y me quedé recostada de lado, todavía con la respiración acelerada, empezando a sentir un poco de malestar en el punto más sensible de mi cuerpo. Además de una punzada de frustración que traté de no hacerle notar a él.

La tenue luz que entraba por la ventana de su habitación me permitió ver, con algo de claridad, cómo Tyler apretaba la mandíbula y se pasaba una mano por el oscuro pelo —más largo arriba que a los lados—, en un ademán que me pareció molesto. La calma y desahogo de recién se habían ido de sus facciones y ahora tenía la cabeza ladeada, como para que no lo mirara. Dejé de hacerlo en cuanto advertí que se quitó el preservativo que habíamos usado, para luego tirarlo al suelo.

Me pregunté si darle la espalda le haría sentir peor, pero como también estaba lidiando con el impulso de reclamarle porque yo no alcancé el clímax, decidí que era lo mejor. La incomodidad palpitante entre mis piernas no hacía más que despertar una inusual e impertinente rabia, solo que no conseguía entender por qué. Esta apenas era la tercera vez que estábamos juntos y la primera que no lograba terminar, para mí estaba bien que aún no lográramos armonizar del todo. Se lo había comentado también a Nat, y ella estuvo de acuerdo en que debíamos aprender a conocernos. Es decir, ni yo misma estaba todavía cien por ciento segura de qué era exactamente lo que me gustaba y lo que no en este ámbito.

Luego de unos cuantos minutos sumergidos en silencio, Tyler dio un largo suspiro y se acomodó para quedar más cerca de mí. Una de sus manos se estiró para acariciarme la mejilla, aunque como todavía tenía una ligera capa de sudor cubriéndome, corrí un poco el rostro.

—Lo siento. —Le escuché murmurar, con la voz arrastrada.

Negué levemente con la cabeza.

—No, descuida.

—Déjame descansar un rato. Te prometo que no te voy a dejar así.

Fruncí un poco el ceño, extrañada. La primera vez que estuve con Tyler fue algo bastante dudoso, tanto así que ni siquiera lo recordaba bien. Me había emborrachado lo suficiente como para no darme cuenta de que lo había hecho, hasta cuando la adrenalina me empezó a despejar la mente y ya era tarde. Tyler no era un mal chico, estaba segura de que, si alguno de los dos había empezado algo, conmigo en ese estado, había sido yo.

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