—Confirmame algo —me dijo, luego de un momento—, el Celador se muere por Nat, ¿verdad?
Hundí el ceño un breve momento, sintiéndome como si fuera a traicionar a Kalei si contestaba. Sin embargo, sabía que no lo estaba preguntando para realmente descartar la idea. Lo estaba recalcando, nada más, como para presumir.
Suspiré.
—Sí, pero está convencido de que no es capaz de abandonar toda su herencia ni su legado por llevar una vida normal para estar con ella.
La media sonrisa de arrogancia que había esbozado se debilitó. Asintió lento, de forma pensativa.
—¿Y a ti te convence?
—Pues tiene un sentido de la responsabilidad asombroso —admití, alzando las cejas—, más que nadie que haya conocido. Además, tiene el pensamiento de que, si deja de ser lo que se supone que debe ser, no cumplirá con lo que sus padres esperaban de él.
—Es muy joven como para privarse de la vida de esa manera —replicó, con un curioso matiz de desaprobación—. ¿Ya ves por qué considero que los ángeles son unos bastardos?
Lo miré con cierta indulgencia.
—No todos lo son.
—No, no todos —coincidió con un asomo de nostalgia en su rostro, pero enseguida se endureció—. Solo la inmensa mayoría.
Me quedé observando el cielo. Estábamos recostados sobre el césped a solo unos metros de la cabaña, en una pequeña fracción que no se dañó, uno al lado del otro. Alexander, que estaba muy cerca de nosotros, dormía boca arriba, plácidamente. No pregunté qué le dio por ponerse a contemplar el firmamento nocturno; lo atribuí a la borrachera, aunque lo cierto era que, hasta donde podía recordar, Azazziel era así de volátil.
De todas formas, me permitió contemplar una imagen indescriptiblemente hermosa. Lejos de la ciudad se podían apreciar las estrellas a todo lo ancho, las escasas nubes grises que se movían con lentitud, la amalgama de tonos negros y azul oscuro, y desde luego la gran luna, brillante y bella sobre nosotros. Por alguna razón, no tenía el mismo frío que cuando llegué.
—¿Por qué crees que Khaius salvó a Kalei? —pregunté, retomando el tema.
—Porque es humano —respondió como si fuera algo obvio—. Oh, y, ¿recuerdas que una vez te dije que no existían las almas totalmente puras?
—Sí.
—Bueno, pues es cierto... Pero la de ese chico se acerca bastante —agregó, arrugando el ceño con profunda extrañeza—. Aunque, luego de lo que pasó, le dije a Khaius que había sido muy estúpido de su parte.
—¿Por qué?
Él soltó una ligera risa.
—¿No es obvio? Porque no se debe salvar a la competencia. Ninguno de ustedes me ve a mí salvando a Amediel, ¿o sí?
Pudo haber sido el alcohol, que ya me había comenzado a marear, pero en vez de enfadarme como seguramente habría hecho en otro momento, me reí.
Vi de reojo que Azazziel volteó hacia mí, y estuve casi segura de que una media sonrisa se dibujó también en su rostro. No obstante, el gesto fue tan fugaz que no pude estar segura.
—¿Y tú... crees que Akhliss y Alocer puedan darse otra oportunidad?
Mi risa se apagó de a poco.
—Ni siquiera sabemos si es que Alocer volverá aquí —respondí, sin el menor ánimo—. Simplemente desapareció y no le dijo nada a nadie, ni dónde ni a qué, o siquiera cuándo lo volveríamos a ver... Yo también traté de hablarlo con ella. Y no soy ninguna experta en relaciones, pero no lo creo. A lo mejor hay cosas que se rompen para siempre.
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Etéreo
ParanormalLIBRO II «Y nadie conoce mejor tu infierno, que aquel que se ha quemado en él.» - Benjamin Griss. Siempre tuvo la culpa. Él lo comenzó todo. Fue por él, con su llegada, que su vida jamás pudo volver a ser...