17. Tiempo fuera

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Nat se acercó a la ventana que daba al estacionamiento, y pegó el rostro al vidrio.

—Alocer lleva mucho rato fumando —murmuró.

Era cierto. Por largo lapso, después de que terminé de hablar, nadie dijo nada más. El demonio fue el primero en moverse, que asintió en silencio y salió para ir directo al estacionamiento, junto a su auto, y encender un cigarrillo. En un primer momento entendimos su reacción, pero ya llevaba varios cigarrillos y la impaciencia estaba aumentando.

Mientras que les contaba toda la verdad, Kalei había tenido que dejarse caer en una esquina de mi cama, con cierto aspecto de aturdimiento, y daba la impresión de haber palidecido. En cuanto yo me quedé en silencio le vi alzar las cejas, cerrar los ojos y dejar escapar un suspiro bajo y entrecortado.

Para cuando reuní el valor suficiente para fijar la vista en Amediel, descubrí que se había cruzado de brazos y apoyado la espalda en la pared. Tenía la mirada muy austera, clavada en el suelo, el ceño fruncido y los labios apretados en una fina línea. Al igual que Alocer, solo se limitó a mover la cabeza en un asentimiento pausado, y sin decir nada más.

Nat se giró para mirarme, y divisé un brillo de lágrimas amontonadas en sus ojos. Desde luego, el haber recordado todo lo que vivimos con ellos le había afectado también. Cierta parte de mí suponía que el hecho de habérnoslo guardado durante tanto tiempo, sin siquiera mencionarlo entre nosotras mismas, nos había hecho más daño del que habíamos pensado.

—¿No piensan decir nada? —les preguntó en un susurro, y yo apreté los labios. La cobardía que ahora mismo me estaba consumiendo prefería que ellos no dijeran nada, porque lo cierto era que temía por sus respuestas.

Alcancé a vislumbrar que el ángel hundió todavía más el ceño.

—Necesitamos procesar esto —dijo Kalei en un murmullo casi inaudible—. De todos los escenarios que imaginé, nunca se me ocurrió algo como lo que nos acabas de decir.

Miré a Nat y le vi tragar saliva mientras me devolvía un gesto nervioso.

—Lo siento... —musité con un hilo de voz, y sentí crecer el nudo que tenía en la garganta—. Perdón por haberles mentido.

Al oírme, Amediel se apartó de la pared. Pareció que tuvo la intención de irse, pero justo en ese momento la puerta se abrió. Se detuvo a medio camino en seco, cuando Alocer ingresó de nuevo en la habitación.

Nos echó un vistazo a todos, y advertí que de su mano derecha colgaba un gran bolso oscuro. Había una pequeña arruga en su entrecejo, en sus facciones ya no percibía ese aire de querer asesinarnos, pero sí tenía un cariz riguroso y la molestia todavía arraigada a sus movimientos. Finalmente, fijó su atención en Nat y en mí.

—Tienen que saber que lo que sucederá ahora será peligroso —habló con tono áspero, pero sereno—. Lo que han vivido hasta ahora, pese a que fue jodido, no es comparable. —Clavó los ojos en mi rostro—. Te enfrentaste a Asmodeo, y aunque es casi imposible que hayas ido por cuenta propia a una trampa suya y hayas salido con vida, lo hiciste. Pero Levi es diferente, y ya que destruiste lo que seguramente más valoraba, no puedes ofrecerle nada a cambio para salvarte.

—¿Qué quieres decir? —inquirí.

—Que cuando Levi venga, y es indudable que lo hará, de una u otra forma, no tendrán opción. Van a tener que enfrentarlo. —Fijó la vista en el ángel y Kalei—. Ustedes, ¿se quedarán para luchar?

Kalei, que hasta el momento lo único que contemplaba era el suelo, se levantó. Aún podía distinguir una ligera turbación en su semblante, pero en el instante en que me miró, logré vislumbrar la misma determinación que tuvo antes.

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