23. Interrogatorio

5.9K 617 1.1K
                                    

La respiración se me detuvo. Aprecié un movimiento extraño en el pecho, como si mi corazón se hubiera saltado un latido.

Por un breve instante, fue como si no hubiera podido procesarlo.

Un sonido bajo, como una risa, que en aquel raro estado de letargo en el que me sumergí por un lapso indefinido no pude precisar de quién provino, me trajo de vuelta a la realidad. Ese eco me hizo reaccionar, y con él se reanudó mi aliento. Sentí que me temblaban las piernas, pero ignoré mi propia resistencia. Tampoco hice caso del terrible peso que se formó en mi estómago, porque estaba demasiado aturdida para entender cualquier otra cosa que no fuera lo que acababa de oír.

No me di cuenta en qué momento exacto bajé la escalera, pero mi presencia fue evidente cuando llegué al primer escalón.

Dos pares de ojos se fijaron en mi rostro de un solo movimiento. Estaban bastante separados uno del otro, como si el solo permanecer en la misma sala de estar les causara repulsión mutua. Apenas pude notar que las luces del techo ya no estaban encendidas, sino que ambos se hallaban únicamente iluminados por unas cuantas velas.

Una curiosa sonrisa se dibujó en la cara de Alocer, pero no pude detectar con bien la emoción del gesto. Mi vista se enfocó de inmediato en el otro demonio.

Azazziel ya no lo miraba a él. Sus ojos grises, abiertos de par en par, estaban clavados en los míos. De nuevo, aunque era imposible, pareció que su tez podía era capaz de tornarse aún más pálida.

—¿Qué...? —logré susurrar, incapaz de hablar más alto—. ¿Qué fue lo que dijiste?

Apretó los labios con fuerza. En un escaso segundo, cada parte de su cuerpo pareció tensarse, y la súbita alarma de recién desapareció de sus facciones para dar paso a la viva imagen de la furia. Volteó bruscamente hacia Alocer, que volvió a esbozar otra sonrisa colmada de malicia.

—Ah, es cierto —murmuró, alzando las cejas con fingida sorpresa—, Amy se despierta muy seguido por las noches. Debí intuir que podía oírnos, pero qué descuidado.

Entonces, sin decir una palabra, Azazziel giró sobre sus talones en dirección a la puerta principal.

La sensación que me invadió cuando pasó cerca de mí fue indescriptible, ni mi cuerpo ni mi mente dieron alguna respuesta. No pude, por más que quise, mover un solo músculo. Me quedé igual de paralizada que hacía un minuto atrás en las escaleras. Tenía la mente por completo en blanco.

Un jadeo bajo brotó de mis labios.

—Para que te des cuenta de una vez —apostilló Alocer en un murmullo sombrío—, lo hijo de puta que es ese híbrido.

Por alguna razón, eso despertó una chispa dentro de mí.

Parpadeé. Sacudí la cabeza, logrando salir bruscamente del estupor, y no lo pensé dos veces. Di media vuelta para ir directo hacia la puerta.

Apenas al abrir lo vi avanzando a zancadas por el oscuro jardín. Alexander, que estaba recostado sobre la hierba seca, y se incorporó en cuanto me reparó en mí. Sus pupilas rojizas, brillantes en medio de la negrura de la noche, oscilaron entre el demonio y yo, y reaccionó con suma rapidez. Salió disparado hacia Azazziel. Lo alcanzó en un parpadeo y, acto seguido, se aferró a su pierna con el hocico.

Azazziel, que por algún motivo no advirtió el ataque, emitió un gruñido ronco.

—¿Qué te pasa? —vociferó—. ¡Suéltame, idiota!

—¿Es cierto? —susurré desde detrás suyo—. ¿Lo sabes?

Él me miró por sobre el hombro. Una mirada severa, fría, sin atisbo alguno de remordimiento.

EtéreoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora