4. Encuentro detonante

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Seguido a sus palabras le siguió un breve, tenso y extraño silencio.

Y luego, solté una risa.

Alocer me miró fijo, sin dejar de sonreír mientras yo no paraba de reírme. Pasados un par de segundos, y viendo que él no daba señales de estarme tomando el pelo, mi rictus comenzó a apagarse lentamente. La expresión del demonio no flaqueaba.

—¿Hablas... en serio? —musité incrédula.

—Más de lo que te puedes imaginar —afirmó, y enseguida curvó levemente los labios hacia abajo en un gesto despreocupado—. No negaré que es no es algo sencillo de lograr, pero hay registros de quienes lo han conseguido. Inclusive, ha habido algunos de esos zánganos que gozan tanto de sus emociones descubiertas, que abandonan su estatus, sus poderes, a los suyos..., sus vidas, por sentir más de eso.

Lo miré con horror. Sacudí suavemente la cabeza, sin querer creer en sus palabras.

—¡Yo no quiero eso! —espeté—. ¡Solo quiero que me deje en paz!

—Pues esa es una manera de lograrlo —dijo en ese tono apático tan suyo. Se encogió de hombros—. De otra forma, no te lo quitarás jamás de encima. Una vez que ha establecido su objetivo, no se le puede hacer cambiar de opinión —aseguró, tornando su expresión más severa—. No hay modo de ello.

Apreté los labios y estrujé los puños con fuerza, apreciando un cúmulo bestial de frustración emergiendo desde el centro de mi ser.

—P-pero ¿cómo funcionaría algo como eso? —repliqué sin lograr entenderlo—. Yo pensaba en otra cosa, como... no sé, hacerlo entrar en razón, o... ¡Lo que fuera! ¡No esto! Y-yo... —musité, y negué con la cabeza—no puedo hacerlo.

Por supuesto que no. ¿Cómo podría? Dirigir mis intenciones originales hacia un camino que no tenía nada que ver, y que de por sí me resultaba complicado el solo imaginarlo, imposible de hacer para alguien como yo.

Alocer hundió un tanto el ceño, con auténtica extrañeza en su expresión.

—¿Y por qué no? ¿Tienes novio?

—N-no... —Inevitablemente, pensé en Tyler y, sin terminar de entender por qué, me sentí algo miserable.

—Si es cierto que no es fácil, como te dije. Pero puedes hacerlo. Físicamente no estás tan mal. Te falta confianza, pero si te lo propones puedes hacerlo —instó, y eso lo hizo peor. De algún modo que no pude concebir, en verdad parecía que tenía fe en mí, en que podía lograr una hazaña como esa.

Pero ¿qué le hacía pensar eso?

—No, Alocer —ultimé—. Debe haber otro modo.

Él volvió a encogerse de hombros y desvió la vista.

—Entonces búscalo tú —resolvió.

Cerré los ojos al tiempo que respiraba hondo, llenándome de valor y entereza para insistir.

—Por favor, necesito tu ayuda. No sé cómo...

—¿Me estás pidiendo que, además de enseñarte las debilidades los míos, de que averigüe qué mierda le pasa a tu maldita alma invisible y a tu jodida mente inaudible, que derrote a un ángel por ti? —soltó, ahora con una inflexión hosca—. ¿Quieres que me devane los sesos también buscando la solución a un problema en el que tú te metiste? Ni siquiera me estás dando algo a cambio de esto.

Parpadeé por el ligero asombro que su tono me causó, pero rápidamente un halo de rabia, provocado por sus mismas palabras, me envolvió. Di un paso hacia él.

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