El remordimiento me golpeó incluso antes de que abriera los ojos.
Lo primero por lo que me arrepentí fue por el alcohol. O, más bien, por la estúpida mezcla que hice. Sentía como si la cabeza me fuera a estallar, las sienes me latían con fuerza, la boca del estómago me ardía como si tuviera un incendio por dentro. Tenía la sensación de que cada parte de mi cuerpo estaba hecha de plomo. Los restos del alcohol que aún quedaban en mi sistema estaban haciendo estragos en mí. ¿Cuánto tiempo iba a necesitar para que se me pasara?
Desde luego, no el suficiente como para que no notaran en la casa que tenía una resaca fenomenal.
Las secuelas de los mareos de anoche aún me sacudían la cabeza. Un calor intenso me colmaba todo el cuerpo hasta sofocarme. Poco a poco, mientras iba asimilando los malestares posteriores a la estúpida borrachera, fui consciente de la verdad de las cosas.
No quería abrir los ojos. No quería enfrentarme a la realidad.
A lo que había hecho.
Estaba apoyada en el torso desnudo de Azazziel, eso lo podía percibir con suma claridad, incluso sumida en la oscuridad de mis párpados cerrados. Un sentimiento extraño me azoró el pecho cuando un breve y doloroso recuerdo me surcó de súbito; la mañana siguiente después de la primera vez que lo hice con él, me había despertado sola, y aún recordaba con amargura la sensación de abandono.
Ahora, sin embargo, sabía que estaba aquí.
De algun modo que no logré comprender, ese hecho también me dolió.
Apreté los ojos con fuerza y pude notar lo hinchados que estaban. Podía ser por haber llorado, pero lo más seguro era porque, siendo sincera... apenas dormí. La cara que tenía debía de dar susto.
No estaba segura de qué hora era, pero por el calor que hacía, debía ser tarde. Me di cuenta de ello cuando comprendí que el ardor que me sofocaba era el sol que, probablemente, nos llegaba directo de la abertura del techo.
Con un miedo terrible de mi propia reacción, traté de parpadear con lentitud. La iluminación me hizo doler aún más la cabeza, y volví a cerrar los ojos. Muy despacio, lo intenté de nuevo, pero ahora presionada por un repentino malestar en el estómago.
Con otro mareo, aprecié el espacio que me rodeaba con una perspectiva distinta. La propia luz del día le daba un aire diferente, extrañamente sombrío, por completo disímil del sitio en el que me quedé dormida, y que había llegado a considerar hasta hermoso en la confusión de la noche.
La habitación estaba más devastada de lo que pensé, y de lo que la oscuridad me había permitido notar, por supuesto. Unos rasguños y restos de humo arruinaban las paredes de madera ennegrecida, y rastros de destrozo por doquier en lo que habían sido muebles regados por el suelo. De súbito, entendí por qué Azazziel me había llevado hasta ahí en brazos. El colchón en el que estábamos, ciertamente, estaba a salvo, pero al cabezal le faltaba un gran fragmento. Recién ahí, noté que la sábana que nos cubría tenía una rasgadura como hecha por unas filosas uñas.
De forma pausada, me moví para mirarlo. Azazziel tenía los ojos cerrados, y su pecho apenas se hinchaba con una respiración muy calmada. Su cabello era un desastre, una maraña de ondas castaño rojizo, pero eso era mi culpa. Tenía un brazo alrededor de mi cintura, aunque ni un solo músculo estaba tenso en él. Destilaba relajación en cada parte de sí.
El corazón se me comprimió.
Me cubrí la boca con rapidez cuando un fuerte mareo me atacó. Me arrepentí todavía más de todo lo que había ingerido. Qué idiota.
Traté de tener todo el cuidado del que fui capaz para apartar el brazo que me ceñía a él, pero Azazziel parecía tener el sueño lo suficientemente pesado como para no reaccionar ni a eso. Con lo poco que sabía que era capaz de dormir, deseé que no despertara pronto. Crispé el rostro cuando me asaltaron unas punzadas de dolor al levantarme.
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Etéreo
ParanormalLIBRO II «Y nadie conoce mejor tu infierno, que aquel que se ha quemado en él.» - Benjamin Griss. Siempre tuvo la culpa. Él lo comenzó todo. Fue por él, con su llegada, que su vida jamás pudo volver a ser...