9. Persuasión

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Cerré el libro de golpe y miré la repisa donde se había caído. Un sonido ahogado se escapó de mis labios, y sentí una corriente de hielo correrme por la espalda, la cara fría por la ausencia de sangre. ¡¿Por qué mierda se había caído el maldito libro?! ¡¿Y por qué se cayó si yo no lo moví?!

Aterrada, lo guardé tan rápido como pude en el primer espacio que vi entre los demás tomos que había en la repisa. En el siguiente segundo, Alocer se asomó por la puerta.

Me alejé un paso del mueble y me quedé estática, incapaz de mover ni un músculo. El demonio me miró, torciendo el gesto de un modo apático.

—¿Has botado algo? —preguntó con dejo impasible.

Desvié la mirada, porque me dio la impresión de que lo vería en mis ojos.

—No... Algo se cayó, pero no pasó nada.

—Pues ten cuidado. Tengo cosas más antiguas que tus abuelos.

De inmediato, su vista se clavó en la repisa de la pared. Su ceño se hundió ligeramente, y ladeó la cabeza con leve extrañeza.

Mierda...

«¡Huye!», chilló la voz en mi mente, y me atacó un escalofrío.

Tragué saliva en cuanto él se adentró en la habitación. Sus ojos azules se entornaron y echó un vistazo rápido hacia los lados, pero volvió a detenerse en el maldito mueble de la pared a mi costado. Cuando se acercó y se detuvo justo en frente de este, supe que se percató de qué era lo que había oído.

Los nervios hicieron estragos en mi estómago, por razones simples: ya había visto cómo podía cambiar el genio de Alocer cuando se intentaba invadir su privacidad, y todo aquello que no me quería revelar. Siempre era riguroso y estricto en ello, llegando al punto en que me alzó la voz y reaccionó agresivo las pocas veces que traté de curiosear en su pasado. El libro que se cayó, sin embargo, llevaba bastante tiempo aquí, al menos desde que yo tenía noción. Nunca le presté atención antes, sencillamente porque no era de mi interés y no me resultaba útil en mi verdadera búsqueda. Si se me pasó por la cabeza preguntarle por qué tenía aquel libro, pero al no ser importante la curiosidad desapareció.

El corazón me empezó a palpitar fuerte. Alocer elevó un brazo y tomó el libro.

—Ah... —murmuró casi con desidia—. Olvidé que esto estaba aquí.

—¿Lo... olvidaste? —El susto previo, de pronto, se vio un tanto eclipsado por una punzada de lástima, aunque no precisamente por mí. Quizá se debió al hecho de que acababa de leer la petición en la que una persona del pasado le pedía, precisamente, que no la olvidara.

—¿Fue este el que tiraste?

—S-se cayó solo —solté de forma atropellada—. Te lo juro...

Le vi mover la cabeza en un asentimiento flojo. Miró fijamente el libro, sin inmutarse.

—¿La leíste? —inquirió, con la voz demasiado calmada. Demasiado sospechosa, como si fuera a explotar en cualquier instante—. La nota que hay dentro. ¿Alcanzaste a leerla?

Pude decir que sí y atenerme a las consecuencias, porque ya se me notaba lo nerviosa. No obstante, quise considerar que lograría salir de ahí con vida, rogar para que él lo olvidara e hiciéramos como que ahí nada pasó.

—¿Cuál nota? —Hundí el ceño, mintiendo—. Solo se cayó y lo puse de nuevo en su lugar.

Alocer volteó para mirarme de frente. Una sonrisa pequeña, extraña, que apenas alcanzó a curvarle una esquina de sus labios, se dibujó en su rostro. Apreté los puños a mis costados.

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