32. La teoría

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Guardamos silencio mientras Alocer, tomándose todo el tiempo del mundo, se servía una copa de vino.

—¿Me dejan al menos descansar? —inquirió con desgana.

—No —replicó Azazziel con voz dura—. Solamente di qué fue lo que descubriste.

Alocer soltó un largo suspiro, y clavó una mirada impasible en él.

—En realidad, corroboré lo mismo que ya llevaba algún tiempo sospechando... Igual que tú. —Bebió hasta casi la mitad de la copa de un solo sorbo—. Solo que necesitaba confirmar ciertas... dudas con los demonios adecuados.

—¿Demonios? —preguntó Nat, extrañada.

—Por supuesto. —Alocer la miró con el ceño fruncido—. ¿A quién crees que fui a ver?

—Dinos dónde carajos estuviste —le exigió Akhliss.

Alocer dejó escapar otra exhalación cargada de fatiga. Enseguida, una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro.

—Les digo si ustedes me cuentan por qué estos dos se pelearon —expresó, apuntando a Amediel y luego Azazziel.

Nat lo vio con los ojos abiertos hasta la desmesura. Kalei sacudió la cabeza energéticamente.

—Tema prohibido —le advirtió él en un murmullo.

Otro suspiro, pero esta vez con dramática decepción, abandonó a Alocer.

—¿No creen que sea algo tarde? —insistió con desgana, y torció el gesto—. ¿Y si lo discutimos mañana?

—¡Que no! —estalló Akhliss, apretando los puños con fuerza a sus costados—. Maldita sea, no estamos jugando aquí. Vino el jodido Leviatán a patearnos el culo, junto con las putas gemelas de Naamáh y tú no estuviste aquí. Si descubriste algo de relevancia que nos salve de que nos maten, sería maravilloso poder oírlo.

Diferente a la reacción que creí que tendría, Alocer se limitó a tensar los labios y bajar la vista.

Toda la estancia se quedó en silencio por un momento. Oscilé la mirada entre ellos, que fulminaban con impaciencia a Alocer y él, por el contrario, solo parecía querer prolongar la espera por algún motivo que desconocíamos.

Terminó de vaciar la copa de un largo trago y, entonces, vi un claro asomo de incertidumbre cuando fijó sus ojos azules en los míos.

—¿De verdad quieres saberlo? —me preguntó directo a mí, como si el resto no estuviera presente.

Algo en su semblante hizo que tuviera que reprimir un escalofrío. Tragué saliva.

—¿Tan malo es? —musité.

—Si fuera tan malo como pareces dar a entender —intercedió Amediel—, ¿por qué te ves tan tranquilo?

—Porque, a pesar de que para mí las piezas encajan a la perfección, todo sigue siendo una teoría. —Un atisbo de impotencia se filtró en las facciones de Alocer cuando torció el gesto—. No lo puedo comprobar. Van a tener que simplemente creer en lo que les diré.

Akhliss resopló.

—Entonces no descubriste nada aún —soltó con irritación en su dirección—. Solamente tratas de vanagloriarte, imbécil.

Sin la menor alteración, Alocer sonrió y se sirvió otra copa de vino.

—¿Cómo lo hiciste? —trató de indagar Nat—. ¿Con quiénes hablaste?

—Como asumo que ya saben, yo no puedo volver a poner un pie en el Infierno —explicó el demonio, encogiéndose de hombros—. Tuve que hablar con varios demonios aquí mismo en la Tierra; algunos que andaban por simples misiones, y otros que también fueron exiliados.

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