35. El vigilante

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Ni siquiera habíamos alcanzado a llegar cuando vimos las figuras de los demonios y del ángel, esperando al comienzo del descomunal jardín que cercaba la casa.

Azazziel fue el primero en llegar al auto. Abrió la puerta trasera —que por suerte no arrancó— donde Kalei mantenía afirmado al hombre, y lo sacó con una sola mano. El tipo emitió un leve quejido cuando lo agarró del cuello del anorak para alzarlo en el aire, como para verlo bien, pero no abrió los ojos.

—Conque aquí estás, hijo de puta... —siseó Azazziel con la mandíbula apretada, y cada músculo del cuerpo tenso—. Por fin...

Sin esperar un segundo más, comenzó a arrastrarlo por el jardín en dirección a la casa.

El cúmulo de nerviosismo me hizo estar más atenta a lo normal y, por primera vez, vi a uno de nuestros vecinos. En la vivienda más próxima, aunque todavía bastante lejos, un hombre de mediana edad alzó la vista por encima de la verja con curiosidad. Puso cara de espanto al visualizar al hombre lánguido que halaban de la ropa, pero, como suele hacer el humano cuando presencia actos de horror, se dio media vuelta para no inmiscuirse.

—¿Cómo lo hicieron? —exigió Akhliss con visible agobio, al tiempo que los demás nos deslizábamos fuera del vehículo—. ¿Cómo carajos fue que lo hallaron?

—Amy lo encontró —le informó Nat, y percibí que su voz todavía conservaba una nota de susto patente—, e-entramos a una tienda, y él estaba...

Avanzamos mientras los demonios se agrupaban en torno al hombre, ocultándolo. Pero cuando di un par de pasos, una punzada aguda me surcó en la parte baja del estómago. Me incliné hacia delante, afirmándome el vientre con ambas manos mientras apretaba los labios tratando de reprimir un quejido.

Nat se volvió hacia mí.

—¿Estás bien? —me preguntó con el ceño hundido.

—Lo estaré cuando ese maldito se despierte —mascullé.

—Deberías descansar un rato.

Divisé de soslayo que Azazziel también se detuvo abruptamente. Le ordenó algo en voz baja a Khaius y, acto seguido, casi le lanzó el hombre encima. Khaius lo empezó a trasladar con un poco más de consideración, como si recordara que él debía ser tan humano como yo, después de todo.

Al siguiente instante, Azazziel estaba junto a mí.

—¿Qué le pasó?

—Bueno... —vaciló Nat mientras me ponía una mano en el vientre—, ella corrió para alcanzar a ese tipo.

Oh, mierda.

Un pánico abrumador me envolvió cada rincón del cuerpo. ¿Acaso le había hecho daño?

Cerré los ojos y tomé unas inspiraciones profundas, intentando relajarme, cuando percibí que alguien se inclinó sobre mí. Rápidamente, pasó una mano por detrás de mis piernas, otra en mi espalda y, antes de que me diera cuenta, me tomó en brazos.

El ligero vértigo aunado a otra leve punzada me causó cierto mareo, y traté de luchar para apartarme de Azazziel.

—¡Bájame! —farfullé entre dientes.

—No seas tonta —murmuró, y aceleró el paso hasta alcanzar a Alocer—. ¿Podrías revisarla?

Alocer volvió la cabeza para echarme un vistazo y alcancé a atisbar un brillo de reprobación, pero se limitó a asentir con el ceño fruncido.

Al entrar a la casa lo primero que me llamó la atención fue que en el centro de la sala había una silla vacía y, en el piso, varios objetos amontonados en una pequeña pila desordenada que no alcanzaba a distinguir bien.

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