Capítulo 37

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Era martes y claro, tenía que ir al instituto, me sentía un poco mal por la reacción de mi mamá pero también me sentí aliviada por la reacción de mi papá, era difícil explicar esas emociones combinadas.

Ya había llegado, esta vez llegué muy temprano y no estaban mis amigos aún, hasta que después de unos minutos vi a la castaña. Mis manos comenzaron a sudar y me sentí verdaderamente nerviosa.

—Hola—hablo de manera dulce y me abrazó, hice lo mismo pero esta vez sin mucho ánimo, ella se dio cuenta de eso—¿todo bien?

—No, las cosas no están muy bien—confesé haciendo una mueca.

—¿Quieres hablar de eso?—tomo mi mano y la acarició.

—Sí, pero vamos a otro lugar—entrelazo nuestras manos y fuimos al campo de fútbol, y nos sentamos como siempre en las gradas.

—Ahora sí, cuéntame ¿qué te pasa?

—Mi papá sabe que tenemos algo.

—¿Y qué te dijo?—preguntó nerviosa, la mire y sonreí un poco.

—Me apoya, me dijo que soy su hija y que no me dejaría sola jamás, es increíble, creí que nunca me aceptaría.

—Eso es perfecto—se emocionó y me abrazó—¿y qué te dijo tu mamá?

Diablos, sentí de nuevo el nudo en mi garganta.

—No se lo dije a ella, pero está claro que no me apoyará.

—¿Cómo sabes eso?

Tuve que respirar hondo para tranquilizarme.

—Le dije que había un chico gay aquí y que lo molestaban, ella solo dijo que no estaba bien eso, pero que él tampoco estaba bien, y que no era normal, así que no creo que ella me apoye—sonreí con tristeza y sentí como las lágrimas comenzaban a salir sin poder detenerlas.

—Oye no…—se acercó para abrazarme y recargue mi cabeza entre su hombro y cuello, y lloré, lloré como nunca antes lo había hecho delante de una persona—no me gusta verte llorar, y no te preocupes por tu mamá, ella tarde o temprano te tendrá que aceptar.

—¿Enserio crees eso?—dije saliendo de aquel escondite, mirándola a los ojos y limpio mis lágrimas para después asentir con una sonrisa y darme un beso corto.

—Vamos a clases, en el almuerzo podemos seguir hablando.

Nos levantamos y nos fuimos de ahí.
Hablar con la castaña me había ayudado demasiado, tal vez tenía razón y no debía de preocuparme como lo hacía.

En el almuerzo preferí no hablar de ese tema. Al terminar las clases la castaña fue a mi casa a pasar el rato.

—Hola señor—dijo saludando a mi papá y él nos miró con una sonrisa y negó varias veces.

—Hola, me enteré de lo que ustedes dos tienen, gracias por hacer tan feliz a mi hija—sonrió en grande y la castaña también, yo estaba demasiado sonrojada.

—Al contrario señor, gracias a su hija soy muy feliz—tomé su mano y sonreí, en ese momento llegó mi mamá y tuve que soltar su mano.

Saludo a mi mamá y subimos a mi habitación, esta vez jugamos con mi consola, ella no tenía experiencia con los video juegos y se notaba, perdía muy seguido.

—¡No! Eso es trampa—protesto cruzándose de brazos.

—Dale amor, no puedes estar perdiendo todo el tiempo—exclamé entre risas pero cuando me di cuenta de lo que dije de inmediato me puse roja de las mejillas y reí nerviosa, la castaña solo me miraba divertida, le puso pausa al juego y no dejaba de mirarme—no me veas así me pones nerviosa.

—Me dijiste amor, ¿cómo quieres que te vea?—manifestó con una gran sonrisa.

—Fue sin querer, salió de mi boca sin meditarlo.

—Pues ojalá pasara más seguido, me gusta como dices esa palabra—me beso para después aventarme a la cama haciendo que me sostuviera con mis codos.

—Te recuerdo que están mis papás—dije mirándola con la cabeza inclinada.

—Cierto, sigamos jugando—se volvió a sentar y yo hice lo mismo.

Seguimos jugando un rato más hasta que llegó la hora de acompañarla a su casa.

Subimos de nuevo en la bicicleta y está vez no caímos, me despedí de ella con un abrazo y se metió a su casa.

Estaba ansiosa porque pasara esta semana y llegará el jueves de la próxima, no sabía lo que iba a hacer todavía pero sin duda sería muy especial, solo esperaba que no lo arruinaría nada ni nadie, ese sería nuestro día.

Ella Donde viven las historias. Descúbrelo ahora