Capítulo 12

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Anna

La mañana transcurre rápidamente, casi de forma liviana, y las horas que me paso corriendo de un lado a otro del hotel, ocupándome de que todo el equipo tenga su traje planchado y sacado directamente de la lavandería, se me hacen minutos. El ambiente de nervios y ansia está presente en cada estancia, en cada habitación, en la cafetería e incluso en el puñado de huéspedes que llega a recepción minutos antes de que el guardia de seguridad -ese enorme que casi mata a Damiano cuando le quité el pase- se coloque de nuevo en la puerta.

Róterdam está de fiesta hoy.

Cuando salgo del hotel para ir a recoger a Blas de su prueba de sonido, me hallo a mí misma recorriendo alegremente las calles de la ciudad en mi Toyota Corolla blanco alquilado, mi playlist favorita sonando por los altavoces y un café cargado en el posavasos, haciéndome la mujer más feliz del mundo por unos tontos instantes. Hay muchísima gente en la calle, tanto turistas como eurofans, y es justo en estos momentos cuando se me olvida de una forma increíblemente fácil quién soy y las responsabilidades que tengo. No soy Anna Bárbara ahora, no soy la novia de Alejandro, ni la nieta de de Cayetana, y, definitivamente, tampoco soy una más del staff de Blas Cantó en Eurovisión.

Solo soy Anna, a secas; la Anna de Milán, la misma que disfrutaba hace lo que parece una eternidad con el lujo de poder entrar en el Covento Santa Maria delle Grazie y quedarse embobada mirando La Última Cena de Da Vinci, recordando todas y cada una de sus partes favoritas en los libros de Dan Brown. La misma que se sentaba en la Plaza del Duomo a escuchar los talentos que tenía que ofrecer la ciudad italiana de la música. Esa Anna que bailaba, que tenía los dedos lastimados de pasar horas en el estudio de Danza Clásica y a la que le crujía cada hueso del cuerpo por las mañanas después de haber estado el día antes en puntas de pie.

No puedo evitar preguntarme si, tal y como Damiano piensa, sería tan fácil recuperar a esa Anna.

¿De verdad resulta tan complicado dejar de ser Anna Bárbara?

Porque, joder, a mí se me olvida muy fácilmente cuando estoy con él. Y tampoco me puedo olvidar de que he hecho un pacto.

Un pacto con el mismísimo diablo.

Finalmente, aparco el coche en el estacionamiento privado del hotel cuando llegamos y Blas se despide de mí con dos besos en las mejillas y un palmadita en la espalda. Se le nota algo nervioso -es la noche de la final, joder, me parece muy normal que esté nervioso-, pero su voz me transmite, a la vez, una ola de paz y calma, tal y como si fuera yo la que necesita tranquilizarse.

Después de terminar el trabajo de la mañana, vuelvo a mi habitación de hotel a pasos rápidos, con mis labios curvados en una sonrisa y el teléfono pegado a la oreja mientras hablo con mi amiga Andrea. Me comenta las últimas aventuras de Claudia y Helena, sus hermanastras y mis otras mejores amigas, desde el otro lado de la línea. Me cuenta, además, historias fascinantes y, a decir verdad, muy morbosas sobre sus últimas cervezas en nuestra terraza favorita de Plaza Mayor, sobre tíos definitivamente sexys y de cuarenta y tantos años que han intentado ligar con ella y, en secreto, también me habla sobre el embarazo inesperado de su prima "Alicia, la del pueblo" (o así al menos es como la llamo yo en mi mente).

Andrea siempre ha hablado mucho -aunque, en comparación conmigo cuando me pongo nerviosa, se queda en pañales-, pero si nos unimos las dos, podemos convertirnos en una bomba atómica de información y chismorreos.

Entro en mi habitación tras haber recorrido siete pisos de escaleras a pie (he optado por no usar mucho los ascensores después del... incidente). Los muslos y los gemelos me arden, pero aún seguimos hablando. Siempre hablando.

The Devil's RoomDonde viven las historias. Descúbrelo ahora