Capítulo 25

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Anna

La mañana del martes consigo convencer a Damiano de ir al banco conmigo. Ha insistido infinitas veces ya en que no necesito el dinero para nada, pero desde pequeña siempre he tenido las ideas claras y, definitivamente, no pienso parecer una mantenida ni el perrito faldero que acompaña a Míster Italia a donde quiera que va solo por fama y billetes. El dinero es algo volátil, físico, efervescente; si estoy en Milán hoy, no es, ni de coña, por dinero.

Cuando salimos de Casa Måneskin, Damiano lleva puesta una camiseta blanca de tirantes, un pantalón negro de pinzas bastante elegante y un collar del mismo color, pegado al cuello, que me está pidiendo que se lo arranque con la boca. Sus ojos marrones delineados quedan ocultos por unas gafas de sol y, en cuanto se mete las manos en los bolsillos y empieza a caminar por Corso Sempione, con el sol dándole de frente y esas de comerse a Milán y al mundo que aparenta, me dan ganas de tirar de su brazo y amarrarlo a la cama de su habitación.

Madre mía, Anna. Desde que has follado, te has venido arriba.

El banco, por suerte, no queda muy lejos, y ambos aprovechamos para dar un paseo por algunas de las calles más céntricas de Milán. Me encargo de hacer varias gestiones en la sucursal. Nada complicado; simplemente, asegurarme de que he recibido en mi cuenta el sueldo que Tito Amador me prometió por mi trabajo durante el concurso y ocuparme de sacar algo de efectivo.

De vuelta al ático, nos desviamos por una calle preciosa, llena de árboles y de tiendas a ambos lados de la calzada. Me suena bastante de mis largos paseos veraniegos por la ciudad cuando aún solía venir todos los años. Sonrío al ver a algunos niños corriendo apresurados, con sus mochilas a la espalda, hacia el final de la calle. Uno de ellos, inesperadamente, se tropieza y cae de rodillas al suelo, todos los folios de su pequeña carpeta azul desparramándose en la acera. Damiano no duda en agacharse y ayudarle a recogerlos.

-Hey, toma, chico- le dice, ofreciéndole todas las hojas de papel que ha recogido, su tono jodidamente amable y cariñoso-. Ten cuidado, ¿vale? Creo que el problema ha sido que te has pisado un cordón.

Una sonrisa amplia aparece en la cara del niño y le veo asentir con la cabeza para después guardarse la carpetita azul debajo del brazo. No debe tener más de seis años.

-¿Quieres que te ayude a abrochártelos?- añade Damiano y su propuesta consigue ablandarme el corazón. No mucho más tarde, se inclina un poco más hacia adelante y termina por abrochar los cordones del pequeño, que se queda totalmente quieto mientras lo hace-. Listo -le avisa en cuanto termina. Revuelve un poco el pelo del niño y se ríe levemente-. Y ahora a correr otra vez.

Tal y como le indica, sale corriendo de nuevo, dando una especie de saltos muy adorables.

Joder, ¿he dicho adorables?

El instinto maternal ahora ni de coña, Anna.

Me acerco a Damiano y, antes de que yo pueda preguntarle, me señala con la barbilla un edificio de paredes blancas que se encuentra en la dirección en la que se aleja el niño.

-Hay una escuela de idiomas allí- me indica-. Probablemente no la hayas visto nunca. Creo que la han construido hace poco.

Ladeo mi cabeza.

-Una escuela de idiomas... No me suena haberla visto antes, aunque tampoco es extraño. Milán es muy grande y llevo tres años sin venir- señalo, suspirando.

Su mirada se debate entre la escuela y yo durante unos segundos, posándose, finalmente, sobre mí.

-¿Sabes qué?- sonríe-. Te imagino trabajando ahí algún día. Anna Bárbara Llorente, graduada en Traducción e Interpretación y profesora de español en Milán.

The Devil's RoomDonde viven las historias. Descúbrelo ahora