Capítulo 38

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Damiano

Se pueden encontrar alivio y placer en muchas bocas, entre muchos brazos, en muchos cuerpos. Se pueden encontrar éxtasis, ardor, sudor, orgasmos. Explosiones y fuegos artificiales. Mariposas y estómagos revueltos de nervios. Suspiros. Gemidos. Calor.

En este jodido mundo, lo difícil no es el sexo. Vivimos del sexo. Sentimos el sexo. Lo disfrutamos. Lo encontramos. Terminamos y lo apartamos. Hay gente follando a todas horas; clímax siendo alcanzados a cada instante, de cada segundo, de cada puto minuto. Es una constante.

Lo difícil no es eso, no.

Lo difícil, en realidad, es encontrar dolor y ansia. Agonía.

La paradoja de esta tambaleante realidad es, de hecho, encontrar en un mismo cuerpo, en unos mismos labios y en unos mismos brazos, la inusual pero maravillosa combinación de la aflicción con el éxtasis. Encontrar, en una boca, la tortura de no saber cuándo será la última vez que volverás a besarla y, por ende, las ganas de fundirte en su sabor hasta perder la razón y el conocimiento. Encontrar la unión entre follar duro hasta que el cuerpo se vuelve puro oro líquido o hacer el amor hasta que la luna se funde con el sol y no se diferencia la noche del día.

Eso, joder, eso es lo difícil.

Pero en la boca de Anna se vuelve la cosa más sencilla y natural del puto mundo.

Mis manos se mueven, temblorosas de anticipación, por sus costillas mientras nos besamos, ambos ahogados en el vapor de nuestras respiraciones y con ganas de más, con ganas de seguir este vicioso juego de arder y quemarse deliberadamente. Sus dientes atrapan mi labio inferior en instante y sus uñas se clavan en mi espalda, su cuerpo reclamando la atención que se merece. Es frenético. Desesperado. Noto las ansias en cada roce de nuestros labios y, aún así, me apetece seguir andando por la cuerda floja, como suspendido en un vacío que solo se llena con la necesidad de unir su cuerpo y el mío.

La confesión de Anna me ha puesto más cachondo de lo que lo he estado en mucho tiempo. Es verdad que follar con ella es la cosa más placentera que existe, pero oírla narrar como se masturbó en ese puto baño ha conseguido que mi polla se ponga tan dura que me duele hasta respirar. Es como escucharla entregarse ante un juez por asesinato, como si admitiera todos sus pecados delante de mí en un confesionario.

Es sucio. Desvergonzado. Es culpabilidad y vergüenza. Es convertir una tímida revelación en el más caliente de los fetiches.

-Quiero mirarte- murmuro, separando mis labios de los suyos por un mero instante-. Quiero mirarte, Anna. Abre las piernas. Desnúdate. Quiero disfrutar del espectáculo que debe de ser verte masturbándote.

Anna alza las cejas repentinamente, su expresión mucho más alerta que hace solo unos segundos atrás. Se humedece los labios, volviéndolos más apetecibles aún de lo que ya lo son.

-¿Va a quedarse quieto observando mientras me masturbo, señor David?- susurra en mi oído con la respiración acelerada, abrazando mis caderas con sus piernas-. No había pensado en usted nunca como un espectador. Más bien, creía que le gustaba participar.

Mi mano se mueve antes de que mi cerebro pueda detener el impulso. La coloco sobre el cuello de Anna con la palma abierta, haciendo una ligera presión en sus vías respiratorias.

-Vuelve a decir mi apellido de esa forma y te prometo que estarás gimiendo de placer hasta el mes que viene.

-Eso quiero, Damiano. Que me folles- la desesperación es clara en el tono de su voz-. Gemir de placer.

Chasco la lengua, negando suavemente con la cabeza, y dejo escapar una carcajada irónica.

-Eres muy ingenua, Anna- musito, apoyando mis labios en su mandíbula-. Hoy la cosa no va así, amore. Me has puesto más cachondo que nunca. Me has creado una puta fantasía en la cabeza. Ahora te toca pagar las consecuencias.

The Devil's RoomDonde viven las historias. Descúbrelo ahora