Anna
No supe lo que era un orgasmo de verdad hasta los dieciocho años.
Nunca en mi vida, nunca antes de esa edad, había sentido la explosión de placer que recorre la columna vertebral cuando se alcanza el clímax y el interior del cuerpo se derrite y se transforma en pura gelatina. No había experimentado el temblor en las piernas, el aliento escapando de unos labios entreabiertos, el último suspiro antes de correrte cuando sabes que las puertas del cielo se abrirán por milésimas de segundo ante tus ojos. No había gemido de placer. No se me había erizado la piel solo de notar el calor de un cuerpo junto al mío, o el sudor recorriéndome la nuca, o unos pezones endurecidos presionándose contra mis pechos.
No. No había sentido humedad entre las piernas, solo quemazón y absoluta nada. Vacío. Seriedad. Frío.
Yo quería desfase. Quería gritar. Quería morir por un instante entre otros brazos y resucitar después, sudada, empapada y aliviada. Quería calor, joder. Tirones de pelo. Desenfreno. Lágrimas de placer y jadeos. Ventanas empañadas por el vapor de dos alientos sincronizados y sexo salvaje.
Un orgasmo. Ansiaba y anhelaba un puto orgasmo. Necesitaba saber qué se sentía cuando otra persona te tocaba y perdías la lógica y la razón.
Alejandro nunca me pudo dar eso.
Nuestro tira y afloja empezó allá por 2012, cuando yo tenía dieciséis y él acababa de llegar a la mayoría de edad. Le conocí en el instituto en la peor época posible de mi vida, esos años que siguieron a la muerte de mi padre y en los que solo me atrevía a salir de casa para ir a clase o al estudio de danza de mi ciudad. Había pasado, quizás, muy poco tiempo desde el peor día de mi amarga existencia y yo no podía pensar en otra cosa salvo Alonso, mi querido y amado Alonso, pero Alejandro se cruzó repentinamente por delante de mis narices con su siempre constante cigarrillo entre los labios y esa mueca de superioridad que parecen tener todos los gilipollas y, de algún modo u otro, consiguió retarme lo suficiente como para que se me pasase por la cabeza dejarle poner mi mundo patas arriba de una puta vez.
Cuando estaba con él, he de admitir, mi ingenuidad me permitía pensar que recuperaba algo del poder y control de mis emociones que, aquel 27 de noviembre de 2007, me había sido bruscamente arrebatado, y eso, a mis ojos, tenía un precio incalculable.
La primera noche que quedamos, nos liamos en el patio del instituto, entre dos edificios, resguardados del frío de un diciembre que había llegado con más heladas que nunca en todos mis años de existencia. Me metió la mano entre las piernas, por debajo de la falda, mientras nos besábamos, y, de un momento a otro, empezó a mover mis bragas hacia un lado. Yo me quedé quieta, como ensimismada y ansiosa por saber que pasaría cuando me tocara, y sus dedos, con movimientos erráticos y poco expertos, fueron acomodados en mi interior, deslizándose dentro y fuera de mí con tanta rapidez y rigidez que ni siquiera me dio tiempo a sentirlos.
No me corrí esa noche. Ni ninguna de las otras que siguieron.
En ese preciso momento, mis expectativas en cuanto a orgasmos se esfumaron y, de hecho, así permanecieron por tal vez demasiado tiempo, escondidas y derrumbadas entre polvos insatisfactorios y besos que no conseguían despertar ni un ápice de interés entre mis piernas.
Hasta que llegué a la universidad.
-Damiano, ¿te puedo hacer una pregunta?- digo, obligándome a salir de mis pensamientos.
Me llevo la copa de vino blanco a los labios y doy un sorbo, saboreando el dulzor afrutado que esconde tras su fuerte aroma a alcohol. Hace solo unas horas que llegamos de la playa, ambos demasiado cansados como para interrumpir el precioso silencio que se había instalado en el coche de vuelta a casa de los abuelos de Damiano. Ahora, después de la ducha, estamos en la cama; él, solamente tapado de cintura para abajo con la toalla y sentado en el borde, y yo, tumbada y desnuda de no ser por el conjunto de ropa interior que cubre mis pechos y mi sexo.
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The Devil's Room
Fanfiction"Giocare con il nemico è molto più divertente, amore" (Jugar con el enemigo es mucho más divertido, amor) . . . . Un concurso. Demasiados chupitos de Jäger. Un pacto con el mismísimo diablo. Y mucho tiempo sin follar. ~ Anna, una joven estudiante...