Capítulo 43

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Anna

La libertad es relativa, escasa, momentánea. Llega de forma paulatina y lenta, como el trayecto de una lágrima silenciosa recorriendo una mejilla, y puede irse tan rápido como el movimiento de las alas de un halcón, como el sonido de una bala adecuándose en la recámara de una pistola y siendo, al fin, disparada. Como mi padre, que me quiso bien y me dejó mal. De forma instantánea. En un abrir y cerrar de ojos.

Como nosotros.

Observo a Damiano atentamente, su rostro iluminado por el sol de mediodía mientras se lleva un cigarrillo a los labios, y mi corazón se para. Todo cobra sentido. Las pesadillas se ciernen sobre mí. Las preguntas me atosigan. Qué hago aquí. Qué siento. Quién soy. Qué amo y a quién amo. Qué temo.

Que nos descubrimos rápidamente, quiero decirle, tan rápido como la libertad se esfuma. Que fuimos libres juntos, casi sin darnos cuenta, y el ritmo de los muelles de la cama y las respiraciones aceleradas pareció acompañarnos en el recorrido de una forma inesperada, insospechada, sin tener siquiera que pedírselo. Que me hace bien. Que me cura con cada palabra y cada caricia. Que me salva. Del abismo de mi mente, sí, me salva.

Pero el nudo de mi garganta me impide a hablar.

Me acerco a él descalza, de puntillas, y el barco se tambalea debajo de mis pies. Hemos salido a navegar hoy y las costas de Portofino se muestran más rebeldes que en muchos días, como anticipando el dolor que se cierne sobre mi cuerpo sin explicación alguna. Los chicos nos acompañan; los abuelos de Damiano, también. No sabía que Camilla y Enrico tuviesen un velero, pero es de los barcos más bonitos e impolutos que he visto en mi vida. Los tablones de madera del suelo resaltan contra el color blanco del casco y las velas se alzan, mecidas por el viento, en unos tonos celeste que acompañan al azul del mar.

Cuando le he preguntado a Enrico si su velero tenía nombre, no ha sabido qué responderme.

-Es difícil ponerle nombre a un barco- ha dicho, humedeciéndose los labios mientras pensaba-. Para Camilla y para mí, al igual que la librería, representa sentimientos demasiado profundos como para comprimirlos en un solo concepto. Tiene un nombre para cada persona. Puedes ponerle el que quieras, Anna. Elígelo tú- sus manos acariciaban las mías a cada palabra, con un cariño inigualable, y sus ojos brillaban tanto que podían sonreír-. ¿Qué significa para ti? Piénsatelo y, cuando lleguemos a la orilla, dímelo en el oído. Será un secreto. Nuestro secreto.

Solté una carcajada nerviosa y asentí efusivamente con la cabeza, cerrando el pacto. Eso fue hace dos horas. Aún no tengo nombre para el velero, pero sí un presentimiento acechando mi cabeza.

-¿Qué estás pensando?- murmura Damiano, apoyado en la barandilla del barco, y de sus labios escapa una ligera nube de humo producto del tabaco-. Tienes los ojos muy oscuros hoy. Me asustas.

Su tono divertido me hace sonreír ampliamente, el peso de mi pecho aliviándose un poco.

-En todo. En nada. No sé qué pensar. Son unos días muy raros- es lo único que respondo. Segundos después, Damiano se acerca a mí y sus brazos me rodean el cuerpo desde atrás, pegando mi espalda a su pecho. Apoya sus labios en mi cabeza y besa mi pelo con cariño, suspirando.

-Me das un poco de miedo, Anna. Lo digo en serio. Antes me estabas mirando demasiado. No sé se lo que se te pasa por esta cabecita medio rubia tuya- ríe.

-Quizás esté planeando tu asesinato.

-Oh, por dios santo- dramatiza, llevándose la mano al pecho teatralmente-. No quiero morir tan joven. Soy virgen, Anna. No me puedes matar siendo virgen- su irónica burla consigue hacerme reír.

The Devil's RoomDonde viven las historias. Descúbrelo ahora