Capítulo 17

2K 150 66
                                    

Anna

El mundo se me derrumba en un instante. Justo aquí, en el alféizar de una puta ventana en una puta discoteca en Róterdam, mi mundo de excusas, de tranquilidad y comodidad se derrumba. En un segundo, soy de nuevo una Anna Bárbara de dieciséis años encerrada en su habitación, confinada durante meses sin salir de esas mismas cuatro paredes, evitando recorrer el pasillo largo de casa para así no pasar por delante del cuarto de sus padres. De repente, soy esa Anna de nuevo. La que solo cenaba si su madre la obligaba a hacerlo, que solo sonreía si el fotógrafo que realizó su orla de cuarto de la ESO se lo pedía expresamente.

Por unos segundos, me convierto en una sombra del pasado. No me muevo, no cambio de posición, no contesto al mensaje de Andrea. Las lágrimas saladas se secan en mis mejillas con el paso del tiempo. No debería permitirme derramarlas. Es egoísta llorar por esto habiendo sido yo la que se ha dejado engatusar, en primer lugar, por otro hombre. He sido yo quien ha caído en el juego de Damiano. Un juego en el que volvería a caer solo con el objetivo de sentir otra vez adrenalina recorriéndome las venas. Solo con tal de salir de una puta vez de la comodidad, de la rutina.

Por eso, hoy no lloro por la traición. Yo he traicionado primero.

Nunca lloraría por la infidelidad de Alejandro. Yo le he sido infiel primero.

Nuestra relación estaba hundida, sentenciada a acabarse de un momento a otro, ya fuese con unos cuernos o con una acalorada discusión. No lloro por sus mentiras, tampoco por el fin de un amor que, de un modo u otro, se había consumido hace años ya.

Sino que lloro al recordar. Recuerdo a mi Anna del pasado y, consecutivamente, recuerdo a mi padre.

Y sé que las pesadillas volverán esta noche.

El nudo que tengo en la garganta no se debe a Alejandro, sino a mis sentimientos hacia esa Anna estúpida con el corazón demasiado blando que salió por primera vez en cinco años de su casa para liarse con él en el patio del instituto, de madrugada. Esa Anna que se hizo una quemadura en la pierna con el porro que Alejandro sostenía mientras la besaba. Él, tan gilipollas y pijo y jodidamente odioso, consiguió sacarme de mi habitación, de la habitación de la que solo salía para ir en el coche de la abuela a las clases de danza contemporánea.

Eso siempre se lo tengo agradecido. No le puedo guardar rencor solo por ese detalle.

Inhalo profundamente ante el pensamiento de mi abuela, de mi madre. ¿Por qué lloro? Joder, ¿por qué lloro? No por Alejandro. No por los putos cuernos de Alejandro.

Lloro por mí. Porque me da pena y vergüenza haber caído en el conformismo.

Porque, sí, me he vuelto conformista, ¿no es así?

Las lágrimas que caen por mis mejillas son de rabia. Rabia por haber dejado de ser yo misma. Por resignarme a mis responsabilidades en España, resignarme a ver el puto Código Da Vinci con Alejandro en el sofá cuando podría haber observado La Última Cena delante de mis propios ojos. Rabia por olvidarme del baile. Por olvidarme de Italia. De Milán. De mí.

Por rendirme y empezar a sobrevivir cuando, en realidad, debería estar viviendo.

Hoy, sin embargo, me seco las lágrimas. Hoy le doy las gracias al gilipollas pijo de Alejandro y a sus padres clasistas y a los cuernos que me ha puesto. Y a los cuernos que yo, con mucho gusto y placer, le voy a poner.

Nunca más, Anna. Nunca más.

Esta noche no me permito derramar ni una lágrima más. No me permito pensar en mi padre, ni en mi familia, ni en el puto dinero que mueve todo en este maldito mundo. No pienso en responsabilidades. Esta noche rompo la burbuja de conformismo que me ha rodeado durante los últimos años.

The Devil's RoomDonde viven las historias. Descúbrelo ahora