Capítulo 36

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Anna

Las lágrimas calientes descendiendo por mis mejillas no cesan por mucho que yo misma intente frenarlas, el sudor me corre por la nuca y el mar, a solo unos metros, juega con sus olas en la orilla, incesante. Los brazos de Damiano son como un ancla que me mantiene firme en mi posición. Me rodean y me estrechan contra un pecho musculoso, lleno de tatuajes y reconfortante, contra un corazón que late junto a mi oído de forma constante y una piel suave y morena.

No soy consciente de cuántos minutos pasamos así, abrazados, pues pierdo toda noción y sentido del tiempo mientras los dedos de Damiano se pierden en mi pelo y me acarician el cuero cabelludo. En mi mente, las palabras de mi abuela se repiten una y otra vez. Su voz, debilitada y ronca, me pesa como una piedra en mitad del estómago, agudizando el nudo que se me ha creado en la garganta y que, a pesar de mis sollozos, no se desvanece.

Con manos temblorosas, recorro la espalda de Damiano, centrándome en cada músculo y cada textura bajo las yemas de mis dedos. Es una forma a duras penas eficaz de escapar de mi cerebro y la culpabilidad que siento centrándome en otras sensaciones. Inhalo profundamente y cierro mis ojos. Tal vez si no los vuelvo a abrir, todo mejorará. Tal vez con los ojos cerrados se alivien la presión y el dolor.

Podría quedarme dormida aquí mismo. Podría dormir y no despertarme nunca. Y estar en paz.

Paz y calma.

Paz y calma.

-Anna.

La voz de Damiano, sin embargo, interrumpe la espiral de pensamientos que es mi cabeza ahora mismo. Sus brazos se separan de mí lentamente y sus manos pasan a acunar mis mejillas.

-¿Sí?

-Mírame. Abre los ojos, amore. Vamos, mírame- su tono es tan suave que me dan ganas de ponerme a llorar de nuevo. No sé cuando he dejado de hacerlo, de hecho. Quizás, al fin y al cabo, me haya vuelto inmune a las lágrimas.

-No quiero, Damia. Solo quiero dormir. Solo quiero desaparecer.

-¿Por qué?- me pregunta.

-Porque...

-Suéltalo, Anna: ¿por qué?- murmura contra mi pelo tras acomodarme en la toalla y apoyar mi cabeza en su regazo, sin mirarle aún-. Libérate de lo que sientes, amore. No quiero verte llorando. No puedo, joder, no puedo verte llorando así. Tan desesperada...

La punta de su dedo índice traza el contorno de mi nariz y de mis labios con parsimonia, provocándome escalofríos.

-Me odio, Damia. Ahora mismo, me odio. No sé qué hago aquí. No sé quién soy. No sé qué quiero, joder- admito-. Solo sé que tengo algo dentro de mí que... que duele. Que me quema- me llevo una mano al estómago, como para enfatizar mis palabras-. Y cuánto más cerca estoy de casa, más daño me hace. Cuánto más cerca estoy de mi familia, más le recuerdo a él. A mi padre. Y cuánto más le recuerdo, más... más culpable me siento por estar aquí. Por no preocuparme por la familia que me dejo atrás y...- suspiro, pasándome una mano por la cara-. Es como si me abrieran en canal y me dividieran. Una parte de mí, se siente culpable por olvidarme de mi vida en España; la otra, me pide a gritos que me libere y me quede en Italia hasta que este dolor termine. No sé qué hacer, no sé qué sentir. Odio... odio estar en este punto intermedio, entre la espada y la pared.

Damiano se queda mirándome, sus ojos oscuros tan penetrantes que siento que podrían desnudarme y hacerme confesarle todos mis secretos más profundos. Las olas rompen contra las rocas como la voz debilitada de mi abuela contra mi corazón.

-¿Por qué esa culpa, Anna? ¿Por qué te sientes así, amore?- frunce el ceño y su expresión se contrae, transformándose en una de puro dolor. Me incorporo para colocarme a su misma altura y sus dedos se enredan con mi pelo medio rubio-. Dame una sola razón para castigarte así, joder, cuando ambos sabemos que adoras tu vida aquí. Dame una puta razón para sentirte mal solo por hacer lo que amas.

The Devil's RoomDonde viven las historias. Descúbrelo ahora