Capítulo 20

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Damiano

-Damiano, no puedo. En serio, Damiano, no puedo. Me voy. Llama al taxi- escucho que dice la voz chillona de Anna detrás de mí. Me giro hacia ella, alzando las cejas, y me muerdo el interior de la mejilla para evitar reírme ante la imagen que se presenta delante de mis ojos.

Es 23 de mayo, a las seis de la tarde en mitad Roma, y está apoyada en el marco de la puerta principal de casa, con las gafas de sol colocadas sobre la cabeza, medio cayéndose, las mejillas sonrojadas, un bolso enorme colgando del hombro y una maleta con la bandera de Inglaterra a su lado. Con la bandera de Inglaterra, por dios santo. Debería ser delito llevar esa maleta cuando se va a Italia de vacaciones.

-¿Qué pasa ahora, amore?- pregunto en tono divertido, subiéndome las gafas de sol a la cabeza yo también.

-¿Que qué me pasa? Que me da vergüenza, Damiano. Simplemente... no. No puedo. Te conocí el otro día, joder.

Ruedo los ojos ante lo último que dice. Lleva repitiendo lo mismo desde que nos bajamos del avión. Sé que se moría de ganas por volver a Italia, pero, en cuanto le he informado de que pasaríamos varios días en mi casa, prácticamente le ha dado una especie de shock cerebral y ahora no para de darle vueltas a lo mismo una y otra vez, incluso aunque trate de convencerla de que nadie de mi familia le va a morder, o de que, ni mucho menos, la van a encerrar en el sótano para dársela de comer a los perros. Cualquiera diría que se le pasan cosas así por la mente cuando está nerviosa.

-¿Y? Nos conocimos el otro día, vale, ya me he enterado- le digo, cruzándome de brazos para hacerme el serio. A lo mejor así la intimido un poco y logra calmarse, al menos el tiempo suficiente para que pueda llamar a mi madre sin que salga corriendo. En el mejor de los casos, la pondré cachonda y terminaremos follando en la despensa- sí, es la habitación que me pilla más cerca-. Y, sí, desde que la he visto correrse delante de mis ojos, desde que la he sentido apretarse y llegar al orgasmo contra mis dedos, siento que me he vuelto adicto a la expresión de su cara, a cada gemido, a cada suspiro.

Necesito hacerla gemir otra vez.

Muchas veces, de hecho.

Anna se queda callada por unos largos segundos, tiempo durante el cual me dedico a mirar el reloj de pulsera que llevo puesto. Hace unos cinco minutos desde que le envié varios mensajes a mi padre avisándole de que ya habíamos llegado a casa, pero al parecer no se digna en bajar a abrirnos la puerta. No me extrañaría que estuviese ensimismado escuchando música en el patio y fumándose un cigarro. Es lo que suele hacer mayoritariamente los días que no tiene que ir a trabajar.

-¡MAMÁ!- grito, esperanzado por que alguien venga a abrirnos la maldita puerta. Me voy a morir de calor aquí mismo-. ¡Baja! ¡Ya hemos lleg-

No me da tiempo a terminar la frase cuando siento la mano de Anna colocándose bruscamente sobre mi boca para callarme. Frunzo el ceño, agarrándola de la muñeca para apartarla. Ella pone resistencia.

-¿Qué coño?- me quejo, mis labios presionados contra su palma. En otro tipo de situación, sinceramente, disfrutaría mucho más de que me tapara la boca. Le dejaría hacer lo que quisiera conmigo, a decir verdad.

-Ni se te ocurra volver a llamar a tu madre. No, por favor. Damiano, te lo suplico. Me voy a poner nerviosa y voy a empezar a hablar rápido, y me voy a poner roja, y me van a sudar las manos y... ¡Ay, dios! ¿Cómo se te ocurre traerme a casa de tus padres? Así, de la nada. Porque sí. ¿Quién se van a creer que soy, dios mío? Una interesada, ¿no? Una groupie de esas o a saber...

Suelto un gruñido desde el fondo de mi garganta y suspiro, negando para mí mismo.

-¿Quieres soltarme y calmarte, amore? Per favore- le pido, tratando de apartar de nuevo su mano de mi boca, con suavidad. Por suerte, esta vez se deja hacer, relajando su brazo. No obstante, mi agarre en su muñeca no cesa. Sonrío de lado-. Ya estás empezando a hablar rápido otra vez, ¿sabes? ¿Eres consciente de eso?

The Devil's RoomDonde viven las historias. Descúbrelo ahora