Capítulo 4

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Damiano

La miro con extrañeza después de entrar en la habitación, tratando de descifrarla. No puedo creer que esté tan tranquila después de ese beso, porque, joder, sí, es obvio que no está tranquila -acaba de equivocarse con la puta puerta de la habitación, por dios santo-, pero el hecho de que no me haya vuelto a besar...

El hecho de que se haya quedado tan quieta, inmóvil, casi como si no le hubiese gustado...

Me frustra. Me frustra de cojones.

Desde que empecé en esto de la música, siempre he tenido tías detrás. Siempre han sido ellas las que han venido a por mí. Me he esforzado a veces por colarme entre unas piernas, está claro, pero los piropos en italiano funcionan de maravilla y, siendo sincero, me han invitado abiertamente a esas piernas después.

Muy abiertamente.

Es la verdad. Mi vida sexual ha sido una puta maravilla.

Para mí, el sexo y la música van de la mano, y sé, en primera persona, que el subidón de adrenalina que te da después de un concierto solo se puede matar de una forma: follando.

No haciendo el amor. No gentilmente.

Follando, Damiano, follando. Eso que llevas tanto tiempo sin hacer.

A lo largo de mi vida, he follado mucho.
He follado como un animal después de conciertos.
He follado con mujeres. Con hombres.
He follado borracho y también totalmente sobrio.
He follado lento.
He follado y me he corrido en poco tiempo -y en mucho también-, he subido al cielo y bajado al infierno varias veces en un mismo orgasmo, y me han tirado del pelo, y me han arañado la espalda, y me han mordido hasta hacerme sangre.

Pero no. He estado dos meses sin sexo.
Dos meses enteros sin follar y dos meses aguantando los gemidos de Victoria al otro lado de la pared.

Y no solo los de ella, por supuesto. Los de mucha gente, los de muchos tíos y muchas tías también.

Desgraciadamente, por lo visto, esta tampoco va a ser mi noche, sobre todo porque Anna se acaba de sentar en el escritorio de la habitación como si nada, tecleando a toda velocidad en su ordenador.

Suspiro y me dejo caer en la cama, boca arriba, algo que parece llamarle la atención, ya que sus ojos se encuentran con los míos por fin.

-Ay, Dios, ¿qué haces aquí dentro? ¿Y qué haces en mi cama?- suelta con voz chillona, pasándose las manos por el pelo.

Me río inevitablemente.

-¿Que qué hago en tu cama?- una carcajada irónica escapa de mi garganta-. No todo lo que quiero, créeme. Me gustaría hacer muchas más cosas en esta cama, o en la mía, más bien -murmuro, pasando las palmas de mis manos por las sábanas con lentitud-. Mi habitación está aquí al lado, ¿sabes? Tienes invitación cada vez que quieras.

Me quedo mirándola y, décimas de segundo después de escucharme, casi se atraganta con su propia saliva, tosiendo varias veces. Niega con la cabeza una y otra vez.

-Lo siento... pero rechazo la invitación- murmura en un tono de voz casi inaudible.

Alzo las cejas con descaro, incorporándome.

-¿Por qué me has besado entonces, amore? Porque te he visto bastante decidida, sinceramente...

-Yo... no... Es que no...

Suspiro de pura exasperación y me levanto de la cama. En dos simples pasos estoy junto a ella, arrodillándome delante de la silla, a su lado. Es una postura bastante comprometida y trato de no pensar en el hecho de que, con solo inclinarme unos centímetros, podría tener la boca entre sus muslos.

The Devil's RoomDonde viven las historias. Descúbrelo ahora