Capítulo 40

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Anna

-¿Todo al rojo?- la voz ronca de Damiano, a mis espaldas, consigue sobresaltarme. Se acerca a mí desde atrás y nuestros cuerpos se reflejan en el espejo que tenemos enfrente. Mi piel, clara en contraste con su tez morena, se eriza ante el sonido, como si un brote de electricidad me azotase todo el cuerpo. Asiento con la cabeza a su pregunta.

-Todo al rojo, exacto- musito.

Con una sonrisa de lado asomando a sus labios, sus ojos oscuros escanean mi reflejo, recorren mis piernas desnudas y se fijan en el pronunciado escote de mi vestido. La tela es suelta, ligera, pero se ajusta tras recorrer mi cintura, aferrándose a mis caderas, y brillando en la oscuridad en aumento del atardecer con un llamativo rojo.

Damiano me abraza por detrás, o eso creo. Sus manos reposan en mis costillas mientras él apoya la barbilla en mi hombro. Cierro los ojos e inhalo. Joder, huele tan bien que me tiemblan las piernas. A recién duchado, aroma masculino en perfecta combinación con el perfume sofisticado de mi champú de melocotón, y a tabaco. Ahora sí. Ese característico olor a tabaco queda perfectamente registrado en mis fosas nasales. Ha estado fumando hace unos minutos en el balcón de la habitación.

-Estás... impresionante- me dice, apoyando sus labios en el final de mi mandíbula, justo bajo mi oreja. Siempre se me tensa esa zona por el estrés, pero con una simple caricia de su boca parece relajarse al instante-. Creo que lo de diosa del sexo te va de maravilla ahora mismo, amore. ¿Te estás viendo? Me estoy debatiendo entre salir esta noche o encerrarnos en la habitación y follarte con el vestido puesto.

Trago saliva cuando enfatiza sus palabras con una caricia de sus hábiles dedos sobre mis pechos, por encima del vestido. No llevo sujetador y mis pezones se endurecen al instante.

-Esa es una propuesta... definitivamente apetecible, señor David, pero me prometió que me enseñaría su lugar favorito de todo Portofino esta noche, así que me veo en la obligación de rechazarla- me giro y dejo un casto beso en su mejilla, tal vez alargándolo un poco más de lo normal-. Puede follarme después. En esa cama. O en el balcón. Donde quiera. Pero no ahora. Dicen que lo bueno se hace esperar, ¿no? Y yo, sinceramente, llevo todo el día esperando a arrodillarme delante de usted. No pasa nada por alargarlo un poco más.

Sus manos, como en un acto reflejo, estrujan mis pechos entre sí y se pierden después por mi cintura, sus dedos clavándose bajo mis costillas.

-Joder, amore. ¿Eres consciente de lo cachondo que me pones cuando hablas así?

Me humedezco los labios.

-Es la idea.

-Te tomo la palabra en eso de arrodillarte, ¿entonces?

-Sí. Estoy deseando, de hecho- sonrío de lado, apartándome de él e intentando no sentir frío ante la pérdida de contacto entre nuestros cuerpos. Le miro y ladeo mi cabeza-. Y, por cierto, ven aquí. No me has dejado terminar con el maquillaje. Te falta el toque final.

A pasos rápidos, me alejo. Abro el cajón del tocador y rebusco entre mis cosas hasta encontrar lo que necesito. No mucho más tarde estoy a su lado, pidiéndole que abra bien los ojos para poder deslizar un poco de lápiz negro por su línea de agua. Pestañea varias veces y dificulta un poco el trabajo, pero, definitivamente, está más acostumbrado al maquillaje que yo. No se le escapa ni una mísera lágrima. Sonrío al finalizar.

-Guapísimo. Muy muy guapo.

-Oh, me halagas, amore- se lleva una mano al pecho dramáticamente y suelta un audible suspiro-, pero el piropo no tiene sentido si no me das un beso.

-Te vas a manchar de pintalabios- me resisto, con inocencia.

-Sé que no. Es de los de veinticuatro horas, mate. A mí no me engañas, amore. Me he pintado los labios más veces de las que crees.

The Devil's RoomDonde viven las historias. Descúbrelo ahora