Capítulo 24

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Anna

La casa del grupo, en Milán, se convierte en uno de mis lugares favoritos en cuanto atravieso por primera vez sus puertas, con Damiano a mi lado, su mano en mi espalda baja y una sonrisa curvando sus labios. La llaman Casa Måneskin, o, como Thomas me dijo durante una de las pocas conversaciones serias que hemos podido tener, Santuario Måneskin. Él prefiere llamarla así y, definitivamente, no le falta razón. Hay algo en el ambiente de esta casa que rebosa paz y música por cada rincón. Un santuario para el alma. Un respiro de paredes de colores claros y muebles antiguos. Un escape de la realidad.

Inhalo profundamente su olor a madera, a polvo también. Se nota que hace tiempo que nadie pisa este sitio, pero, aún así, siento que una energía totalmente preciosa me rodea en cuanto me dejo caer en el sofá marrón del salón sobre las nueve de la mañana, exhausta por la conversación con mi madre, por el viaje en tren -y, a decir verdad, por lo que ha pasado hace solo unas horas en el coche-, pero, a la vez, maravillada por la oportunidad increíble aunque también efervescente que se dibuja ante mí. Tengo que aprovechar el tiempo aquí al máximo, ya sean tres días o dos semanas. Voy a redescubrir Milán y, tal vez, con suerte, termine por encontrarme a mí misma.

Damiano se sienta a mi lado, en el sofá. Hemos dejado las maletas en medio del salón con la excusa de que las guardaremos cuando me enseñe la casa más tarde, una vez que no tenga cara de muerto por el cansancio acumulado. Sé que no ha pegado ojo esta noche, ni en muchas noches. Se merece un buen descanso. Dejo que apoye su cabeza en mis piernas, permitiendo que se tumbe, y mis manos se enredan con su pelo negro, bastante largo ya. No le vendría mal un corte, aunque, en el fondo, sé que me va a seguir pareciendo guapísimo tenga el pelo como lo tenga.

Joder.

Hay algo entre nosotros que nunca ha existido con Alejandro, algo que se refuerza a cada segundo que paso a solas con él, cada vez que me toca el muslo en el coche o que se ríe de mis nervios o que, simplemente, se preocupa por mí como nadie ha sabido hacerlo en los últimos años. Es una confianza que supera los límites de lo común; complicidad, amistad y deseo, todo unido a la vez en un cóctel explosivo. Incluso estando así, él dormido y yo completamente tranquila, noto una atracción irrefrenable hacia Damiano, como una cuerda que tira de mi cuerpo al suyo, un imán.

Nos levantamos de nuestra peculiar siesta a las tres y media de la tarde. Al fin y al cabo, yo también he terminado quedándome dormida, y hemos acabado enredados, por decirlo de algún modo, en el sofá. Damiano se va a la cocina, no sin antes explicarme dónde está el baño, y se dedica a preparar algo para comer mientras yo me ducho. Sin poder evitarlo, y sabiendo que no saldremos esta tarde, me pongo una simple camiseta larga y unas bragas cuando termino-porque, sí, seamos sinceros: los sujetadores y los pantalones están sobrevalorados-, y camino descalza hasta el salón. Huele demasiado bien al llegar.

-¿Qué cocinas?- me atrevo a preguntarle.

-Risotto. ¿Te gusta? Es una de mis especialidades.

Joder, risotto... Me flipa, y más si lo hace el italiano guapísimo que tengo al lado.

Vaya. Hoy tenemos las hormonas por el cielo, por lo visto.

-Sí. Me encanta.

Asiento con la cabeza para enfatizar mis palabras. Él me sonríe y se lleva un copa de vino tinto a los labios. Justo después, descorcha la botella de nuevo y sirve otra copa para ofrecérmela. Niego con suavidad.

-Mejor que no beba. Se me va la cabeza cuando bebo y lo sabes- hablo, soltando una leve carcajada.

Damiano hace un puchero y deja escapar un suspiro, apoyando la copa en la encimera de la cocina, junto a mí.

The Devil's RoomDonde viven las historias. Descúbrelo ahora