Capítulo 42

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Damiano

La madrugada del domingo dieciocho de julio el patio de entrada de la casa de mis abuelos, con su limonero en el centro y su calle de adoquines de piedra, se llena de maletas. Mis chicos llegan a Portofino al fin, todo sonrisas, sombra de ojos negra e ilusión, y arrasan con la paz y la energía que ha reinado en la casa en estos últimos días. Anna y yo les esperamos, pacientes junto a la gran puerta de madera, y, corriendo, se abalanzan a nuestros brazos y nos llenan el alma de ganas, música y escalofríos.

Victoria enreda sus piernas en mis caderas y abraza mi cuello con sus brazos, su pelo rubio haciéndome cosquillas en la parte de mi pecho que queda expuesta por la camiseta blanca de tirantes mientras cuelga de mí como un mono de un árbol; Ethan, por otro lado, elegancia y tranquilidad elevadas al mayor de sus exponentes, me da dos besos en las mejillas y estrecha mis manos con gentileza; y Thomas, siendo Thomas, con esa personalidad de adolescente en su primera borrachera que se gasta, me da un pico en la boca, como ya es costumbre hacer en todos nuestros conciertos, y se ríe de mis ojeras y mis gafas de "señora mayor".

-En serio, Damia, ¿desde cuándo usas eso? Pareces un abuelo.

-Ya te he dicho que solo son para leer. He estado componiendo esta noche- me quejo, rodando los ojos.

Automáticamente, Anna se acerca a mí, sonriendo divertida, y me quita las gafas para ponérselas ella misma sobre la cabeza. Me saca la lengua burlona y a mí me dan ganas de morderle los labios y comérmela a besos.

-¿Cómo que componiendo de noche? ¿Qué pasa, Anna?- interviene Victoria mientras entramos en la casa, el traqueteo que hacen las ruedas de las maletas sobre las baldosas del suelo inundando el silencio-. ¿Ya no folláis o qué? Porque cuando estábamos en Santuario Måneskin solíais dar un espectáculo de gemidos todos los días. Damiano no tenía tiempo para componer.

Paso mi brazo por la cintura de Anna, recorriendo su espalda baja con mis nudillos, y una sonrisa ladeada curva las comisuras de mi boca mientras la atraigo hacia mi cuerpo.

-Sí que follamos, mi querida Victoria. A todas horas. Habéis llegado en el descanso, de hecho.

-Eso es, Madame- Anna se humedece los labios y asiente, dándome la razón-. La cosa es que somos más de follar por las mañanas. Ya sabes, a plena luz, con el balcón abierto, vistas al mar...

-¿Ah, sí? ¿Y cómo te gusta, Annita? ¿Duro? ¿A cuatro? ¿Encima?- los ojos de Vic, de un azul tan claro que parece brillar por encima de la tenue iluminación de la casa, descienden por el escote de la española y trago saliva, analizando su mirada. No la puedo culpar. Los camisones que Anna se pone para dormir deberían ser ilegales, un delito, un puto crimen. Esas transparencias y la tela tan fina que hace que se marquen sus pezones rosados pueden volver loco a cualquiera.

-Todo depende del momento, Vic. A veces, encima. A veces, a cuatro. A veces, duro. A veces, lento. Siempre me corro, eso sí. Damiano tiene un don con la lengua y los dedos y, bueno, ya sabes...- Anna se echa a reír y pasa su brazo por el de Victoria, apartándose de mí y ofreciéndome al mismo tiempo unas vistas increíbles de su culo. El camisón no es muy oscuro y me parece intuir un tanga negro por debajo... o burdeos, quizá burdeos. Muy oscuro.

-Gracias por el cumplido, amore. Nada que mis compañeros no supieran, claro. Mis habilidades bucales son nuestro tema favorito de conversación.

Anna se gira y me asesina con la mirada.

-No se lo tenga tan creído, señor David.

-Ambos sabemos que es verdad, señorita Llórente.

-¿Ah, sí? ¿Lo comprobamos?- me dice, tal y como si no hubiese nadie delante, con la picardía de siempre y esos labios entreabiertos que me hacen querer follarle la boca hasta quedarme sin respiración-. Mis habilidades bucales no son aún un tema de conversación, pero siempre puedo darte una demostración de ellas y así me pones nota.

The Devil's RoomDonde viven las historias. Descúbrelo ahora