Capítulo 37: Veneno

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DISCLAIMER: Los personajes no me pertenecen pero la historia sí, por lo que NO AUTORIZO para que esta se modifique o publique en otro lugar.

Derechos Reservados.

Capítulo 37: "Veneno"

Mientras iba en el automóvil, Inuyasha sólo pensó con desagrado los primeros dos minutos en lo que había sucedido, luego de eso, en que se prometió jamás volver a verla, musitó: "Al diablo con el expediente", ya encontraría un trabajo en donde no se lo pidieran.

La habitación estaba en penumbras cuando él entró. Al cerrar la puerta suavemente, un bultito pequeño salió de entre los sillones corriendo a su lado y acercándose a sus piernas buscando cariño, como siempre. Inuyasha se inclinó y le sonrió acariciando la cabeza.

- Como estas, Buyo.

El gato maulló y el piloto volvió a levantarse recorriendo con la vista ansiosa en busca de su joven esposa. No estaba al menos ahí, y tampoco estaba en la cocina, puesto que no estaba la luz encendida, en realidad no lo estaba en ninguna de las habitaciones y el silencio era casi desgarrador ¿ella no estaba? No, seguro que sí estaba, ya era un poco tarde. Caminó a paso lento hasta la alcoba, abriendo la puerta y observando el bultito pequeño en la cama, cobijada entre mantas. ¿Dormida ya? Era muy temprano aun para eso, pensó, echando un vistazo a su reloj de pulsera. Bien, no era tan tarde pero tampoco muy temprano. Diablos, otro día poco productivo. Caminó con lentitud hasta ella poniéndose en cuclillas a su lado. La observó con tristeza viéndola dormida. Su rostro pálido sobresalía casi en la oscura penumbra. Su respiración era fuerte, aquello lo hizo fruncir el ceño, la observó con más detenimiento notando unas pequeñas gotitas en la frente y en la extraña humedad de su flequillo. La muchacha suspiró fuertemente y murmuró algo inentendible. El corazón de Inuyasha se sobresaltó abriendo sus ojos desmesuradamente. Entonces acercó con rapidez una mano a su frente y notó lo caliente que esta estaba. Al instante Kagome entreabrió sus ojos e intentó sonreír.

- Hola... ya estas aquí...

- Tienes fiebre, preciosa... ¿Qué sucede?... ¿te sientes mal?

Ella frunció levemente la frente, se incorporó con lentitud y encendió la lámpara que estaba en la mesita de noche, a su lado. Kagome sabía que ardía por dentro pero no le había dado importancia en toda la tarde, esta vez se llevó una mano a la frente, comprobando que sí, tenía fiebre, además de eso le ardían los ojos y estaba demasiado mareada. Recostó la cabeza sobre la almohada suspirando con fuerza.

- Ehh... supongo... pero no es nada...- Murmuró al fin con un hilo de voz.

- ¡No!... ¡Nada de eso! Debemos ir con un médico- Respondió Inuyasha con seriedad deseando levantarla, ella se rehusó y el joven frunció la frente casi enojado- ¡Kagome!

- No... sólo es una fiebre... nada que pueda pasar con alguna hierba medicinal... no es necesario gastar dinero en un médico.

El piloto tensó la mandíbula casi herido.

- No digas eso. La salud es primero- Respondió muy serio. Ella ladeó el rostro y negó con la cabeza.

- Que no es nada...- Respondió y entrecerró los ojos suspirando con fuerza. Inuyasha pareció de pronto notar que más allá de la fiebre ella lucía... extraña. Lo notaba por la mirada esquiva, por el extraño tono de su voz. Se sentó finalmente a su lado acariciando sus cabellos, la mirada que le brindó fue conciliatoria, tierna.

- Es que me preocupas, Kagome... no sólo tu fiebre... ¿Qué ha pasado?

La chica que estaba esta vez de costado, volteó para mirarlo. Sus ojos se detuvieron en los del hombre que la observan con el mismo amor de siempre y más que eso, preocupación. Bajó la vista reteniendo los deseos de llorar y extrañándose por ser en estos casos tan sensible. No, no era el momento de llorar. Suspiró forzosamente y se sentó en la cama, tragó con fuerza con los ojos fijos esta vez en sus dedos que comenzaron a juguetear nerviosamente con la colcha de la cama.

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