Capítulo 16: Bajo la Lluvia

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DISCLAIMER: Los personajes no me pertenecen pero la historia sí, por lo que NO AUTORIZO para que esta se modifique o publique en otro lugar.

Derechos Reservados.

Capítulo 16: "Bajo la Lluvia"

Todas las personas corrieron a socorrer a la muchacha pálida y a la vez febril que estaba en el piso. El Mayor se había arrodillado tomándole el pulso mientras una sirvienta corría hasta ellos con una pequeña botellita que pasaron por su nariz, sin respuesta. De pronto el hombre levantó sus ojos como el hielo y los posó sobre Inuyasha, que aun estaba de pie, como una estatua, observando y negándose a creer lo que estaba sucediendo. La mirada que el hombre le dio lo despertó de su shock y entonces el Mayor volvió a preocuparse por la chica, que levantó del suelo y la tomó en sus brazos. Inuyasha lo observó sintiendo que se estaba ahogando, que el corazón se le saldría del pecho... y que una irrefrenable ira lo estaba consumiendo en su totalidad. De pronto sus ojos tomaron un extraño color dorado oscuro, muy oscuro y él volteó hacia el balcón caminando rápidamente, buscando aire porque sentía que se estaba asfixiando.

Bajo la nieve que caía sin clemencia sobre él, Inuyasha no podía creer lo que estaba sucediendo. Poco a poco comprendió cada momento compartido junto a ella, porqué lo detestó una vez que supo su nombre allá en Suiza dejándolo solo a pesar de haber estado lastimada, porqué lo evitaba y odiaba a los de la Academia, porqué creía que la seguía...

- ¡Maldición!- Gimió ahogando de pronto un inesperado sollozo. Se mordió el labio con fuerza, deseaba reprimirse y pensar las cosas con frialdad y no sentirse un idiota, un maldito y desgraciado perdedor y juguete del destino, otra vez. Cerró los ojos intentando recuperar el aliento y pensar... pero nada coherente se le iba al cerebro. Afirmó las manos con fuerza en la baranda del balcón y bajó la cabeza. Kagome estaba desmayada ahora en algún lugar de la lujosa mansión y a su lado aquel hombre, sin lugar a dudas ahora comprendía las tristezas de ella, su desesperación, miedos y el terror en sus ojos cuando se anunció su compromiso. Ahora entendía la amistad del padre de la muchacha con aquel hombre, lo entendía... aunque no del todo... pero intentó pensar que sin lugar a dudas aquel compromiso era arreglado y Kagome estaba en completo desacuerdo. En ese momento... en ese preciso momento lo odió a él... a su querido "Mayor".

Volteó y desde la oscuridad miró a las personas que allí estaban aún conmocionadas con lo que había sucedido. Pronto vio al Mayor entrar al salón junto a los padres de Kagome, al parecer más tranquilos, Inuyasha fijó sus ojos dorados en las pupilas del hombre... tal vez... tal vez él no era consciente del daño que le hacían a ella ¿no? Podía caber esa esperanza. Respiró profundamente intentando calmarse y luego volteó. Cómo deseaba poder saber si Kagome se encontraba bien, cómo deseaba oír de sus labios que aquello del compromiso... que el compromiso no podía ser real...

- Déjame- Protestó con la voz débil y mirando con el ceño fruncido a la pálida mujer. Kikyo se levantó con dignidad de un lado de la cama y la miró impasible.

- ¿No quieres agua?... ¿o un café?- Le preguntó. La chica ladeó el rostro evitando seguir mirándola.

- ¿Podrías dejarme sola un momento?

La mujer hizo una mueca de fastidio. "Niñita malcriada", murmuró, volteando con dignidad y cerrando la puerta de su habitación. Se juró a si misma que esto de cuidar a una mocosa mimada no iba a ser por mucho tiempo, Ginta Higurashi se lo había prometido, una vez que su única heredera se casara, se iba a encargar de su mujer y haría una nueva vida junto a ella. Sólo debía esperar y ya.

Kagome cerró los ojos con fuerza y las lágrimas rodaron sin piedad por sus mejillas. Ya estaba, ahora sólo deseaba morir, morir igual como lo había deseado cuando estaba en su viaje de estudios, en Suiza... e Inuyasha la había salvado. Se encogió más al recordar que él estaba ahí, como un invitado más de ese maldito "Mayor"... ¿Qué pensaría de ella? De todas formas ya no importaba. Ocultó el rostro entre sus manos sintiéndose en el abismo y la desesperación... deseaba morir, ahora sí, porque jamás sería la esposa de ese repugnante hombre, primero muerta, muerta.

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