29. Inclemencia

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La furiosa tormenta seguía azotando el infame barco oscuro. El Perla negra y su tripulación peleaba contra las olas que agitaban el barco e intentaban hundirlo en las profundidades del océano.

El maestre Gibbs seguía firme con su encomienda, tenía que liderar la nave hasta que la tormenta se calmara para después buscar a Jack y a Anastasia, si es que seguían con vida. El pobre hombre, aunque sabía que su capitán era muy astuto, estaba preocupado por él y por la muchacha. Y le rogaba a todos los dioses encontrarlos sanos y salvos.

En el interior de la nave, dentro de una de las celdas, Tobías Read yacía sentado en el suelo, sujetándose de los barrotes para no rodar de un lado a otro por los movimientos bruscos de la nave.

El joven estaba entre molesto, triste y decepcionado. Por un momento, había creído que Anastasia sentía algo por él, pero solo usó para que Jack pudiera librarse de su aprisionamiento. Y por segunda vez en su vida, una mujer le había roto el corazón.

Amargamente recordó cuando aún vivía en la granja de sus padres en Inglaterra. Ahí tenía una vida como la de cualquier granjero: dura y monótona. Su familia se dedicaba a la siembra y cosecha de vegetales, y también a la crianza de cabras.

Tobey siempre había sido un muchacho muy tranquilo y trabajador. Como todos en el pueblo, todos los domingos asistía sin falta a la iglesia y en sus ratos libres, iba con sus amigos a una de las tabernas a beber unos tragos.

Había muchas jovencitas que anhelaban su compañía, pero en aquél entonces, no había ninguna mujer que llamara la atención del muchacho.

Un día de otoño, se encontraba cazando en el bosque y seguía el rastro de un venado. las huellas lo habían llevado muy lejos, pero él no pensaba rendirse; el invierno estaba por llegar y necesitaban la carne y la piel del animal para sobrevivir las inclemencias del tiempo. El sol estaba casi por meterse cuando alcanzó a ver a la criatura escondida tras unos árboles, tomó su escopeta y apuntó, pero la bala no dio en el blanco y el venado logró huir sin ningún rasguño. Frustrado decidió volver a su casa antes de que la noche cayera, y ahí fue cuando escuchó un grito de auxilio. Al investigar de qué se trataba, encontró a una mujer muy joven que había caído de un caballo. Al escuchar el disparo, la bestia se asustó, reparó y la muchacha perdió el equilibrio y cayó al suelo, lastimándose uno de los tobillos. Tobey la ayudó a levantarse, y después de revisarle el pie lastimado, fue en busca del caballo que, afortunadamente no había ido muy lejos.

La muchacha se presentó como Geneva, hija mayor de uno de los terratenientes de la zona, ella y su familia tenían poco de haberse mudado al pueblo, debido a que su padre recientemente había heredado la mansión y las tierras. Tenía ojos azules, la piel blanca como la nieve y el cabello oscuro como la noche, y era la mujer más hermosa que había visto en toda su vida.

El joven Read la llevó hasta su mansión donde el padre de la joven ya estaba organizando una partida de hombres para ir a buscarla. Geneva se mostró agradecida con Tobey y el padre le dio unas cuantas monedas por la ayuda brindada a su hija.

A partir de ese encuentro, Tobías no podía dejar de pensar en la hermosa Geneva; día y noche la recordaba, incluso, en ocasiones iba a los linderos de la mansión para poder verla, aunque fuera de lejos, pero nunca lo lograba. Hasta que un domingo la encontró en la iglesia. Como costumbre, los ricos e importantes se sentaban hasta el frente y los granjeros en la parte de atrás. Al terminar la celebración, Tobey se acercó a ella para saludarla, pero la muchacha fingió no conocerlo frente a sus amigas. Dejando al muchacho confundido y apenado.

Pasaron los días y Tobías no había podido superar el comportamiento de Geneva. La frialdad con la que lo trató había herido su orgullo. Y se preguntaba si todas las muchachas de sociedad eran igual a ella.

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