El Capitán Jack Sparrow va tras un misterioso y gran tesoro que está lleno de secretos, misterios y leyendas. Se dice que, todos aquellos que fueron en su búsqueda, jamás volvieron. La única pista que el pirata tiene es Anastasia, una joven que casi...
El Perla Negra se acercaba sigilosamente a su destino. La noche y el viento estaban a su favor como siempre.
Se habían apagado todas las lámparas para camuflajearse en la oscuridad y así tomar por sorpresa a la tripulación del Monarca.
Todos los piratas estaban en sus posiciones, guardando silencio y en espera de la señal de ataque.
El infame Capitán Jack Sparrow estaba en el timón, con un ojo en la brújula y otro en la dirección que ésta apuntaba.
Gibbs buscaba con el catalejo la nave, y en el horizonte divisó una pequeña luz.
–¡Es el Monarca! -avisó a sus compañeros con un grito.
Jack sonrió y volvió a dar órdenes, para que hicieran todo lo posible y el Perla fuera más rápido.
Desde donde estaba, notó que Gibbs se encontraba desconcertado. El capitán le pidió a Cotton que tomara el timón y así pudo ir a donde su segundo al mando se hallaba.
–¿Qué ocurre? –preguntó, mirando la pequeña luz a lo lejos.
–¡Jack! El barco está en llamas. –anunció el anciano, entregándole a su jefe el catalejo.
–¿Qué dices?
Con el artefacto, el pirata comprobó lo que su compañero informaba; el Monarca estaba en envuelto por el fuego.
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–¡Maldita sea! –gritó el Capitán.
–¿Qué hacemos ahora?
–¡Sigan el curso! ¡Hay que acercarnos más! –volvió a ordenar.
Cuando el Perla Negra se acercó a la otra nave, los piratas contemplaron en silencio.
Parte del barco estaba destruido y lo demás se incendiaba, y dentro de poco lo que quedaba comenzaría a hundirse.
Jack solo pudo sentir rabia, haber hecho un viaje tan largo y para nada.
–¡Hombre al agua! –gritó Marty desde el nido de cuervo, señalando hacía un lugar en específico.
Gibbs se asomó por la borda y encontró a un sujeto inconsciente, aferrándose a unos trozos de madera que flotaban en el agua. El maestre volteó a ver a Jack esperando la orden de rescatarlo.
–Súbanlo. –dijo sin más.
Mullroy y Murtogg fueron los que se encargaron de ir por el hombre. Cuando por fin lo alcanzaron, revisaron sus signos vitales. Aún estaba vivo, pero tenía heridas profundas en el estómago. Lo subieron a la lancha y de ahí lo llevaron al Perla, donde lo acostaron en el piso, frente al Capitán.
–Está herido, Señor. –dijo Mullroy.
–Parece que fue con un arma de fuego. –mencionó el Murtogg.
