4. En donde los tripulantes cuentan cuando viajaron hasta el fin del mundo

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   Anastasia corría por el muelle, sujetándose el vestido para no tropezar con él.

Su tía le había pedido que esperara en la casa la llegada de su padre, pero no pudo aguantar más y salió a toda prisa en su búsqueda. Tenía tantas ganas de verlo y abrazarlo. Había pasado tanto tiempo desde la última vez, y ya no soportaba estar separada de él.

Esquivó a todas las personas que caminaban por el sendero de madera tambaleante. Ignorando a todo aquel que la llamaba y buscando entre todos los rostros al de su padre.

–¡Papá! –gritó de emoción al verlo.

El Sr. Randall apenas iba bajando de la nave. Soltó el saco que cargaba en su hombro y corrió a encontrarse con su hija.

–¡Mi niña! ¡Mi Anastasia! ¡Qué alegría verte! –la abrazó con fuerza sin ganas de soltarla.

–¡Por fin llegaste! ¡Por fin llegaste! ¡Te extrañé tanto!

–¡Y yo a ti, mi cielo!

El Dr. Owen Randall, soltó a su hija, dio órdenes a sus hombres de llevar todo a su casa y después caminó junto con ella de regreso.

–Dijiste que estarías aquí antes de mi cumpleaños. –reclamó sin ningún rastro de molestia.

–Lo sé, hija. Y así estaba planeado. Pero antes de Egipto, una tormenta azotó el puerto por un par de días, y el barco sufrió descomposturas. Una semana tardaron en repararlo. No sabes las ganas que tenía de lanzarme al mar y cruzarlo nadando.

La chica sonrió ante el comentario de su padre.

–Está bien. Te perdono. ¿Qué me trajiste ahora?

–Muchas cosas que van a fascinarte. El algodón egipcio es de lo más suave y fresco que existe en el mundo.

–¿De verdad?

–Sí. Va a gustarte muchísimo.

Se habían adentrado ya a los jardines de la propiedad Randall y al ver lo próxima que estaba la casa, Anastasia sintió que era el momento de hablar con su padre sobre el compromiso que su tía había planeado, pero como si le leyera el pensamiento, Lizabetha se adelantó a encontrarlos en el camino y los interrumpió.

Los cuñados se saludaron cordialmente y caminaron los tres a casa juntos.

Ya dentro, Owen se separó de su familia y fue directo a sus habitaciones para asearse y descansar un poco hasta la hora del almuerzo.

La hora de la comida llegó y la pequeña familia se sentó a la mesa.

Los cocineros habían preparado los platillos favoritos de su amo: lechón asado, ensalada de lechugas, salmón, crema de cebolla y pastel relleno de crema dulce.

–¿Qué tal tu viaje, cuñado? –preguntó Lizabetha mientras comían.

–Muy cansado. Ya moría por llegar a tierra... ¡Esto está delicioso! –expresó refiriéndose a la comida.

–¡Me alegro de que te guste! Desde hace días que pedí que tuvieran todo listo para tu bienvenida. –comentó.

–¡Gracias, cuñada! Tú siempre tan atenta.

–¡Es un placer! Por cierto, Owen... Respecto a nuestra charla de la última vez, ya lo tengo todo resuelto. Solo necesito de tu aprobación.

El corazón de Anastasia se sobresaltó apenas escuchó esas palabras. Sabía a qué se refería su tía.

–¿Ah sí? ¿Y podrías recordarme cuál fue esa charla?

–¡Esa bendita memoria tuya! ¡La última vez me pediste que buscara marido para tu hija!

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