30. El nombre equivocado

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  Había pasado casi un día entero desde que el mar los había vomitado en la playa; Jack y Anastasia ya habían recorrido gran parte la isla por la orilla, pero pese a su ardua búsqueda, no encontraron ninguna señal de civilización o por lo menos algo que indicara que había más personas ahí que pudieran ayudarlos.

A unos cuantos metros de la playa, comenzaba la verde selva y esta se extendía en grandes montañas que se perdían en las nubes altas. A Jack esa isla le recordaba mucho a la de los Pelegostos, pero afortunadamente no era la misma. Aun así, no bajaba la guardia por si en algún momento algún lunático o caníbal se aparecía y los atacaba.

La pareja estuvo buen rato sentada en la arena, esperando la aparición del Perla en el horizonte, pero el hambre y la sed comenzaron a hacerse presentes y decidieron adentrarse a la selva

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La pareja estuvo buen rato sentada en la arena, esperando la aparición del Perla en el horizonte, pero el hambre y la sed comenzaron a hacerse presentes y decidieron adentrarse a la selva. La pobre de Anastasia solo miraba plantas y árboles por todos lados, pero afortunadamente Jack sabía mucho sobre el tema de supervivencia en una isla como esa.

—¿Qué es eso? —preguntó la chica mirando la planta que el pirata había desenterrado.

—Una planta de yuca. —dijo contento.

—Yu... ¿Qué?

—Yuca, amor. No Yuqué. ¿No la conocías?

Ella negó con la cabeza.

—Esta planta tiene una raíz comestible y se llama yuca —le explicó —. Es igual a una papa. Solo cortamos las hojas, le quitamos la tierra, la cocinamos y listo.

—¿Cocinar? Pero aquí no hay dónde.

—Te hace falta mucha imaginación, linda. —respondió decepcionado.

Siguieron caminando, adentrándose un poco más a la isla encontraron más plantas comestibles como las espinacas y berros, también unos arboles de bananas, maracuyás y palmeras con cocos rebosantes de agua fresca

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Siguieron caminando, adentrándose un poco más a la isla encontraron más plantas comestibles como las espinacas y berros, también unos arboles de bananas, maracuyás y palmeras con cocos rebosantes de agua fresca. Cortaron lo suficiente para llevar con ellos de regreso, y ya en la playa, Jack reunió ramas secas y pequeños troncos para poder encender una pequeña fogata. Enjuagó las raíces de yuca con el agua del mar, las encajó en unas ramitas y las puso en el fuego para que se cocinaran. Y con ayuda de unas rocas puntiagudas, logró hacer unos orificios en los cocos para poder beber el líquido en su interior.

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