1. En el que el joven Read se integra a la tripulación del Perla Negra

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–¡Escóndete aquí! –dijo el Señor Randall a su hija, indicándole que se metiera en una pequeña puerta secreta dentro del camarote.

–¿Vas a dejarme? –lo cuestionó Anastasia. Estaba asustada por todo el alboroto que había afuera.

–¡No deben de verte! ¡Es peligroso! –exclamó desesperado.

Muy cerca de ellos resonaban los cañones, cuyas pesadas balas se estrellaban en el barco, haciendo añicos la madera.

–¿Quiénes son esos hombres? ¿Qué quieren de nosotros?

–¡Son piratas! ¡No salgas de aquí hasta que yo venga por ti! ¡Y no hagas nada de ruido! –exigió en un susurro y salió del camarote.

La niña permaneció escondida, apretando los ojos con cada explosión. Los gritos se hacían cada vez más fuertes, al igual que los disparos de las armas de fuego y los choques de las espadas. Cubrió sus oídos para no escuchar más, y en su mente comenzó a cantar la canción con que su padre la arrullaba cada noche.

–"Cierra los ojos y te contaré los secretos que esconde el horizonte. Y por todo el ancho mar yo te guiaré, solo sigue mi voz a donde termina el norte..."

No supo cuánto tiempo pasó, pero repentinamente todo estaba en silencio. Abrió los ojos y miró por la rendija de la puertecilla, y encontró que la habitación seguía vacía. Esperó unos instantes y todo siguió igual. Abrió la puerta y luego salió del camarote. Se dirigió a cubierta y ahí vio a su padre y a la tripulación del barco de rodillas y alrededor de ellos estaban los los piratas que los tenían a punta de espadas y pistolas.

–¿Está seguro de que no se quieren rendir? –cuestionó el jefe de los maleantes a Randall.

–Es preferible la muerte a perder el honor. –dijo él.

–Cómo quieras. –puntualizó con mucha indiferencia el pirata. Acercó su arma a la frente del hombre y se preparó para disparar.

–¡Papí! –gritó la niña, desconcertado a todos.

El pirata bajó el arma y trató de esconderla detrás de su espalda, luego observó a la chiquilla de pies a cabeza.

Randall se angustió al ver a su hija rodeada de hombres muertos y de piratas que eran capases de hacerle daño.

–Así que eres hija de este hombre ¿he? –indagó el capitán pirata entrecerrando los ojos.

La niña asintió.

El filibustero sonrió y extendió su mano, invitándola cordialmente a acercarse a él.

–¡Por favor –suplicó Randall –, no le haga daño!

Dudando de hacerlo o no, la niña tomó la mano del ladrón quien la atrajo suavemente hacia él. Luego la tomó de los brazos y la cargó en su regazo. Con una falange la sujetaba, mientras que con la otra volvía a apuntar con el arma a los hombres arrodillados.

–No le haga nada, por favor. –volvió a rogarle.

–¡A callar! –ordenó feroz el pirata para después dirigirse a la chiquilla –¿Cuál es tu nombre, linda? –preguntó cambiando su voz a un tono más dulce.

–Anastasia. –respondió algo temerosa. Sus enormes y brillantes ojos azules no podían apartarse de la mirada marrón oscuro que poseía el capitán de los piratas.

–Ese es un nombre precioso...Dime una cosa, Anastasia ¿amas a tu padre? –le sonrió, dejando ver los dientes de oro que brillaron con los rayos del sol.

La hija de Randall volvió a asentir.

El pirata la miraba de una forma tierna y la cargaba como a una niña pequeña.

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