El Capitán Jack Sparrow va tras un misterioso y gran tesoro que está lleno de secretos, misterios y leyendas. Se dice que, todos aquellos que fueron en su búsqueda, jamás volvieron. La única pista que el pirata tiene es Anastasia, una joven que casi...
–¿Ya vas a decirme a dónde vamos? –prestaba Gibbs a su mejor amigo y Capitán.
Ambos estaban en la cabina. Jack leía las cartas de navegación mientras el hombre mayor se encontraba de pie frente a él.
–¿Tanta curiosidad tienes? –Jack estaba un poco fastidiado.
Gibbs asintió.
El capitán volteó los ojos y arrojó el compás sobre el escritorio. Echó una mirada a su brújula y con firmó el curso.
–Vamos tras el Monarca. –reveló.
–¿El Monarca de dónde?
–Es un barco, Gibbs. –rodó los ojos.
–¡Oh! Y me imagino que la carga que lleva ese barco es muy valiosa ¿Cierto?
–¡No! –le respondió tajantemente.
–¿Entonces? –el segundo al mando estaba un poco confundido, aunque para él eso ya era costumbre; al estar en compañía de Jack, uno siempre estaba confundido –... ¡Ah! La nave es la valiosa.
Jack sonrió con ojos brillantes y se levantó de su asiento.
–¡Tampoco!
El maestre Gibbs estaba ahora sí bastante revuelto. Si no eran la carga ni el barco lo que Jack buscaba, se reducían las opciones. Luego, una idea pasó por su mente.
–¡Jack! ¿Empezaremos a secuestrar personas para pedir rescate por ellas? –solo pensarlo le causaba escalofríos. Sparrow era un bandido, pero nunca había caído tan bajo.
–¡Por supuesto que no! ¿Qué pasa contigo? –el Capitán se ofendió y su compañero se sintió aliviado.
–¿Por qué no me dices qué es lo que buscas?
–¿Recuerdas el botín de La Isla de la Muerte?
Gibbs respondió negativamente.
–Realmente yo nunca entré a la cueva.
–Bueno... El horrendo de Barbosa y su igual de horrenda tripulación, llevaron ahí todo lo que habían recolectado durante diez años... ¿Savvy? –dijo con una amplia sonrisa llena de ambición.
–Y el tesoro que buscas es así de grande ¿Eh?
–¡Mucho más! –reveló.
Gibbs sonrió igual que su jefe. E imaginó por unos instantes, montañas de monedas de oro, diamantes, esmeraldas y rubíes ante sus ojos.
–¿Y el tesoro va en la nave? –insistió.
Jack borró su sonrisa y puso un gesto de fastidio.
–¡Que no! Ni la carga ni la tripulación del navío que busco, me importan. Pero en dicho navío se trasporta algo que es de mi interés y que está relacionado con el tesoro.
–¿Y qué es?
Jack volvió a sonreír.
–Su ubicación. –reveló al fin. Ambos hombres sonrieron.
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