CAPÍTULO 1

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(Una semana después)

Sofía.

Absorbo con fuerza por la pajita, haciendo que el frío del granizado haga que me duela la cabeza. Me llevo la mano a esta y me doy pequeños masajes con los dedos.

Carla, Sergio y Diego se encuentran conmigo sentados en la misma mesa tomando helado. Al ver lo que me sucede, alguno suelta alguna que otra risa.

No os riáis de mi, cabrones.

Hoy por la tarde/noche es la exposición, y si digo que no estoy nerviosa estaría mintiendo.

Me miro las manos sobre mi regazo y juego con mis dedos mientras el efecto del frío en mi cabeza se me va pasando poco a poco.

Después de terminarnos los helados vamos al paseo marítimo a dar un paseo y hablar. Vamos viendo los puestos de gente vendiendo cosas y los recuerdos vuelven: aquel día en el que paseé por este mismo sito con Simone y compré las pulseras de las cuales una de ellas sigue adornando mi mano porque no me la puedo sacar sin la otra.

Llevo mi mano a esta y la toco. Justo al lado está el tatuaje de estrellara que tengo. Ese que me hace pensar que nunca me tengo que rendir.

Alejo los pensamientos y acelero un poco el paso para llegar a mis amigos ya que me he quedado atrás y no me he dado cuenta.

Cuando los alcanzo, Sergio me pregunta si estoy bien y le respondo que solo son nervios y finjo una sonrisa la cual se creen los tres.

Seguimos caminando, hablando y gastando alguna que otra broma. Nos paramos en un muro bajo y nos sentamos a ver a la gente que hay en la playa bañándose, tomando el sol, jugando al voleibol...

Carla posa una mano en mi muslo y me giro para mirarla.

—¿Qué te pasa?— susurra.
—Nada. ¿Por qué crees que me pasa algo?
—Te conozco. Desde que viste a Alonzo en la discoteca estás muy seria, Sofía. Él no está aquí.
—Tú eso no lo sabes. Pero no me importa si está aquí o no. Me importa una mierda.

Nuestra conversación acaba aquí. Vuelvo a concentrarme en la playa, en el mar concretamente.

Necesito pintarlo— pienso—. Lo tengo que pintar.

Seguimos un rato más caminando hasta que decidimos que ya es hora de irnos.

Antes de despedirnos, Sergio y Carla me desean suerte. Ellos no pueden ir: Carla pasa la noche con Ales, no me enfado porque siempre se la estoy robando. Sergio, por otro lado, ha querido venir, pero le dije que no hacía falta y que si venía probablemente iba a estar solo y aburrido porque no podría estar con él. Y es verdad, no miento. A mí me encantaría poder estar allí con ellos.

En vez de irme a casa me dirijo a un lugar el cual hace poco se convirtió en mi estudio. Es un pequeño departamento que compré cuando empecé en este mundo de exponer y tal. Abro la puerta y el olor a pintura me recibe. Me pongo una ropa que tengo allí para no mancharme, me hago un moño mal hecho como cada vez que pinto, agarro un lienzo, pinceles y pinturas.

Elijo, mezclo colores, doy pinceladas intentando plasmar el mar. Un mar con un cielo gris plomizo. Un mar por que eso fue lo que él me hizo sentir: un mar de emociones sin límites.

Un corazón robado.                          (Segunda parte de "Un beso robado")Donde viven las historias. Descúbrelo ahora