CAPÍTULO 36

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Sofía.

Mierda, mierda, mierda.

¿Es normal que esté tan nerviosa por ir a una cena? Claro que sí, porque sólo conozco a unas cuantas personas que van a estar allí. Pero eso no es lo que me tiene así, sino el hecho de que Simone y yo nos vamos a volver a presentar ante gente como una pareja.

No es que me desagrade la idea, al revés, me encanta, pero estar con gente tan estirada y pija y que encima probablemente no hablen español me está poniendo de los nervios porque no sé qué ponerme, no sé cómo actuar...

Respiro hondo unas cuantas veces hasta que abro el armario y me quedo mirando lo que tengo dentro: la mayoría de cosas informales.

Joder.

Agarro un vestido, pero lo tiro sobre la cama porque este ya me lo había puesto. Agarro otro y hago la misma operación. Podría ponerme unos vaqueros, unos tacones y algún top bonito, pero no me convence esa idea.

Después de vaciar casi todo el armario en busca de algo me rindo y me tiro a la cama encima de toda la ropa.

¿Qué puedo hacer?

Salgo y subo las escaleras. Indecisa, toco tres veces su puerta. No tarda en abrirme y me lo encuentro igual que antes, con el pantalón de deporte nada más.

—¿Te pasa algo?— ¿tan evidente es?
—No tengo nada que ponerme. Lo siento, no podré ir— le digo con la mirada clavada en el suelo.

Para mi sorpresa, suelta una risita hasta que esta va a más y se pone a reírse en mi cara. Lo miro, con el ceño fruncido y notando que me estoy cabreando.

—¿De qué te ríes, idiota?
—Estabas tardando mucho en venir.
—¿Qué?
—Nada. Espera un momento, voy a ponerme una camiseta y los zapatos.

Se da vuelta y se mete dentro de su habitación. Me acerco hasta apoyarme en el marco de la puerta y al levantar la cabeza me quedo paralizada al ver el cuadro que hay frente a mí.

¿Cómo...?

Su mirada se dirige hacia donde está la mía y una sonrisa ladina aparece en su rostro mientas se pone los tenis.

—¿A que queda bien?— no digo nada, solo me quedo con la boca entreabierta— Me lo he encontrado por casa y he decidido ponerlo ahí— se levanta y llega hasta mí para volver a mirar el cuadro—. Quien lo haya hecho tiene talento. Y una buena musa.

Pasa por mi lado rozándome y dejándome aun en la puerta de su cuarto.

—¿A qué esperas?— se detiene en las escaleras y me mira sonriendo todavía— Vamos a ver qué ropa tienes.

Lo sigo por las escaleras hasta que se mete en mí habitación y se queda de pie junto a la cama, viendo todo el jaleo que tengo montado.

Intentando ser disimulada, meto la punta del pie debajo de la cama y lo muevo hacia los lados para comprobar que, obviamente, el cuadro no está aquí y el que tiene colgado encima de su cama es el mismo que yo escondí debajo de la mía.

Comienza a agarrar ropa y a mostrármela, preguntándome que porqué no me pongo eso.

Unos minutos después de estar así y yo estar poniéndole pegas a todo, se tira sobre el colchón y se pasa una mano por la cara.

—Sofía, vamos a comer con amigos de mis padres y probablemente sus hijos. No son reyes ni dioses. Al único Dios que verás seré yo— me guiña un ojo y aparto la mirada de él notando como mis mejillas me comienzan a arder.
—Son gente pija, estirada, perfecta. Estarán pendientes a cualquier fallo que haga para reírse de mí.

Un corazón robado.                          (Segunda parte de "Un beso robado")Donde viven las historias. Descúbrelo ahora