CAPÍTULO 4

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Simone.

Los morados que me provocaron los golpes de Ales el otro día aún están presentes por mi rostro.

Deslío la venda de mi mano para curar las heridas—aunque nadie me las cura como ella—. Están algo mejor comparadas a los primeros días.

La imagen de Sofía entrando en mi habitación y su cara al verme las heridas comienza a pasar por mi mente, haciéndome soltar una risa boba. ¿Se preocupó? No creo. La cagué con la propuesta de ser amigos de nuevo. Pero no me arrepiento de haberle preguntado.

Algo me dice que me quede quieto y que no juegue más con fuego, pero la adrenalina que me causa el pensar que me puedo quemar, me impulsa a no rendirme con ella.

Salgo del baño y agarro la guitarra para luego sentarme con ella en la cama. Llevo un tiempo sin tocarla. Cuando me fui a Italia no me la lleve; allí tengo otras. pero aún así me costaba tocar algo.

Le quito el polvo con un trapo y sonrío al ver la foto que ahí en ella. Comienzo a afinar las cuerdas.

Las palabras que me soltó Ales, las causantes de la pelea, me carcomen la cabeza volviéndome a enfadar. Haciendo que todo mi cuerpo se tense y me sienta cada vez peor por lo que le hice a Sofía. También el nombre de un chico apareciendo en la pantalla de su móvil me llena de preguntas a las que no les encuentro respuestas.

Sigo apretando la cuarta cuerda hasta que esta se parte por tensarla tanto, haciéndome echar los pensamientos al fondo de mi cabeza y volver al presente.

Cazzo— maldigo.

Saco la cuerda de la guitarra y me quedo mirándola. La coloco en mi dedo índice y comienzo a darle vueltas y liarla formando un aro. Rebusco en la mesita de noche y agarro un mechero. Lo prendo y quemo un poco las puntas para que no pinchen tanto.

Lo agarro y lo observo por todos lados. Está un poco deformado, de todas maneras probablemente lo vaya a tirar; lo coloco en mi dedo y jugueteo con él.

Dejo la guitarra en su sitio, cabreado.

Tocan a la puerta de casa y me quedo pensando en quién podrá ser. Bajo las escaleras y Adri asoma la cabeza por la puerta de la cocina con comida en la boca.

—¿No puedes abrir tú?— le pregunto elevando las manos hasta mi cintura acompañando a la pregunta.
—Es que me estoy haciendo un sándwich.
—Estúpido.
—Gilipollas.

Le lanzo una mirada asesina antes de dirigirme a la puerta y abrirla. Al abrirla, me encuentro a Ales que está apoyado en el marco de esta con cara de pocos amigos, Carla enfrente de la puerta, Sergio y Diego al lado de ella y Alonzo detrás de todos hablando con alguien por teléfono.

Me aparto de la entrada, haciendo un gesto con la cabeza para que pasen dentro; pasan todos menos Ales que se queda mirándome. Tiene la cara con morados y una rajita en el labio inferior.

—¿Pasas?
—No.

Cierro los ojos, respiro hondo y apoyo una mano en la puerta y echo todo el peso de mi cuerpo en ella. Me llevo la otra mano al puente de la nariz y aprieto.

Mi dispiace— lo miro a la cara—. Se me fue de las manos, Ales. Empezaste a decir todo eso y no me pude controlar— meneo mi otra mano con inquietud.

Mi dispiace= Lo siento.

También fue mi culpa por provocarte, lo siento.
—No. Tú solo dijiste la verdad.

Y tienen tanta razón con lo de "la verdad duele"

—No te me pongas tan sentimental, Simo— se acerca a mí y nos abrazamos dándonos unos golpecitos en la espalda.
—Ni se te ocurra llamarme así.

Un corazón robado.                          (Segunda parte de "Un beso robado")Donde viven las historias. Descúbrelo ahora