CAPÍTULO 7

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Simone.

—Sofia quiere hablar contigo, quiere darte algo— lo sigo con la vista mientras entra en el salón y se sienta en un sofá individual. No me gusta en el tono que lo ha dicho.

Los tres nos quedamos mirándolo.

Acaba de llegar en mi casa y lo primero que dice nada más entrar es eso. Y pues no sé si alegrarme por el motivo de que ella quiere hablar conmigo o preocuparme de el por qué.

Buongiorno, Ales— lo saludo con la cabeza asomada por la puerta de la cocina—. ¿Quieres comer con nosotros? La comida la estoy haciendo yo, estará buenísima como todo lo que hago.

Se me queda mirando extrañado y analiza detenidamente mi vestimenta.

—¿Llevas solo un bañador del Capitán América y un delantal?— me miro a mi mismo viendo lo que llevo puesto. Me encojo de hombros—. No es muy profesional.
—Yo soy profesional en todo. Este cuerpo no se puede tapar.
—A lo que he venido: Sofía me ha pedido que te diga si puedes ir hoy o mañana a su estudio.
—Con mucho gusto— sonrío mostrando mis dientes.
—No creo que sea para algo que te guste. Aunque puede que sea para el bien de ella— lo miro mientras pienso.

Quiero lo mejor para ella, todo lo que la haga feliz y no la dañe. Siempre lo he querido así, pero sé, que al mentirle diciéndole que no la quería, le hizo daño. Y en estos años me he estado lamentando por haber sido un puto cobarde y no decirle la verdad porque no quería que pensara que la engañé con otra y mucho menos con esa perra de Ana. También me niego a pensar que yo me acosté con ella porque no recuerdo nada.

Me vuelvo a meter en la cocina y sigo haciendo la lasagna que me dejé a medias para escuchar a mi amigo.

Si antes cocinaba de maravilla, ahora cocino como los mismísimos dioses. Me he tenido que ir acostumbrando y siempre me hago yo la comida.

Les ordeno que preparen la mesa y con quejas de parte de los tres y miradas asesinas de mi parte, lo hacen pero sin ganas y resoplando. En ocasiones los amenazo con dejarlos sin comer.

Me quito el delantal cuando todo ya está y llevo la lasagna a la mesa donde la esperan impacientes. La repartimos en los platos y comenzamos a comer.

—Sofía ha conocido a un chico— me quedo con el tenedor con un trozo de comida en este, cerca de mi boca medio abierta—. Probablemente quede con él.

Suelto el cubierto de mala gana en el plato y todos se me quedan mirando esperando a escuchar algo de mi parte. Agarro un papel y lo aprieto en mi mano haciéndolo bola.

—¿Me estás tomando el pelo?— niega con la cabeza.
—No creo, estás rapado— bromea Alonzo, ganándose que le tire la bola.
—Comamos tranquilos y ya después seguís la conversación— aconseja Adri—. Es más, no estáis juntos y no deberías de cabrearte o ponerte celoso si ella está con alguien o no. Y tú le dijiste que...— se callar y no termina la oración, ni falta hace, sé lo que iba a decir.

Tiene razón, desgraciadamente. Pero no puedo evitar ponerme así. Y me cabrea que lo diga.

Me levanto de la mesa para evitar hacer algo de lo que me arrepentiré si siguen hablando, cojo el paquete de tabaco para después salirme al jardín y fumarme uno.

Me siento en una silla, abriendo las piernas e inclinándome hacia delante, apoyando los codos en las rodillas.

Me pongo el rollo en la boca y le doy una calada, para luego de mantener el humo un momento en mis pulmones y expulsarlo despacio. Me froto la mano que tengo libre por el pelo, frustrado.

Un corazón robado.                          (Segunda parte de "Un beso robado")Donde viven las historias. Descúbrelo ahora